EL SOCIALISMO ATEO Y EL SOCIALISMO CRISTIANO EN EL DIARIO DE UN ESCRITOR DE DOSTOYEVSKY

 

Joan Pegueroles, S. I.

 

"Si [Aliocha] hubiera creído que no había inmortalidad ni Dios,
en el acto se habría hecho socialista.
Porque el socialismo no es sólo el problema del trabajo
o del llamado cuarto estado,
sino también y principalmente el problema del ateísmo,
el problema de la torre de Babel,
edificada precisamente sin Dios,
no para llegar al cielo desde la tierra,
sino para traer el cielo a la tierra."

Los hermanos Karamázov (I, 1, 5)

 

En enero de 1873, D. acepta el puesto de redactor jefe de la revista semanal del príncipe MECHERSKY, El Ciudadano[1]. Además de sus tareas como redactor jefe, D. se encarga de la sección literaria de la revista, que titula "Diario de un escritor". A partir de otoño, D. abandona el "Diario" y redacta los artículos de política extranjera. Sus relaciones con su director MECHERSKY nunca fueron buenas. Como observa MOCHULSKY: "Le conservatisme de D. est d'essence particulière; 1'ancien pétrachéviste et 1'ex‑forçat ne peut suivre la même voie que le réactionnaire MECHERSKY". En marzo de 1874, D. presenta su dimisión "por razones de salud".

Después de escribir El adolescente, durante los años 1876 y 1877, D. retomando el título de la sección por él creada en El Ciudadano, se lanza a publicar él solo la revista mensual Diario de un escritor. Escribe a SOLOVIEV: "Je me lance dans une nouvel.le entreprise et je ne sais ce qui en résultera". En la revista hablará "de ce que j'ai entendu et lu, de tout ou partie des choses qui m'ont frappé personnellement au cours du mois". La originalidad del Diario, escribe MOCHULSKY, reside en la revelación de la personalidad del escritor, en el tono particular de intimidad y veracidad. Pretendía además D. prepararse para su próxima novela (Los hermanos Karamázov), como escribía a la señora ALCHEVSKY: "Je suis arrivé à la conclusion irréfutable, que 1'écrivain artiste, à côté de la poésie, doit connaître jusqu'au moindre détail (historique et actuel) la réalité qu'il représente. Voilà pourquoi, me disposant à écrire un très grand roman, j'ai conçu 1'idée de me plonger spécialement dans 1'étude, non pas proprement de la réalité (je la connais suffisamment), mais des détails de 1'actualité". El éxito fue grande y una multitud de lectores y corresponsales le aclamaba como "maestro de vida". A1 final de 1877, interrumpió la publicación del Diario para escribir Los hermanos Karamázov (donde recoge muchos hechos y temas del Diario).

En agosto de 1880 publicó un número suelto, con el discurso sobre PUSHKIN. Y en 1881, después de su muerte, apareció póstumamente el número de enero.

 

I. ‑ LA EXPERIENCIA AUTOBIOGRÁFICA

 

1. En el n. 1 de El Ciudadano, a propósito de BIELINSKY, D. describe las ideas y los sentimientos del socialismo ruso de los años 40[2].

Era, ante todo, un socialismo ateo.

"Cuando le conocí, era ya un apasionado socialista y me abordó con el tema del ateísmo. Veo en ello mucho de significativo, y ante todo su admirable intuición y su insólita capacidad de saturarse profundamente de una idea. Hace cosa de dos años, la Internacional comenzó uno de sus llamamientos con la famosa declaración: "Ante todo, somos una sociedad atea"; es decir, partió de la esencia misma del asunto. Igual hizo BIELINSKY".

Los nuevos principios morales del socialismo iban a sustituir a los viejos e indignos principios cristianos, que debían ser derrocados y abandonados.

"Amante [BIELINSKY] de la razón, de la ciencia y del realismo sobre todas las cosas, comprendía mejor que nadie que la razón, la ciencia y el realismo sólo podrían crear un hormiguero, nunca una armonía en la que el hombre pudiera vivir. Sabía que el principio moral constituía la base de todo. Creía ciegamente en los nuevos fundamentos morales del socialismo (que sin embargo no ha creado fundamenta moral alguno, como no sean unas repulsivas tergiversaciones de la naturaleza y del sentido común) y creía sin reflexión, llevado de su entusiasmo. Pero, como socialista, necesitaba en primer término derrocar el cristianismo; sabía que la revolución había de empezar necesariamente por el ateísmo; y tendía a desmoronar aquella religión de la que surgieron los cimientos morales de la sociedad que él negaba. Repudiaba radicalmente la familia, la propiedad y la responsabilidad moral del individuo. (Consignaré que era tan buen marido y tan buen padre como HERZEN).

A no dudarlo, comprendía que, rechazando la responsabilidad moral del individuo, rechazaba también la libertad del mismo; pero creía con toda su alma (mucho más ciegamente que HERZEN, quien, como hemos visto, tenía sus dudas al final) que el socialismo, no sólo no eliminaba la libertad individual, sino que por el contrario, la restauraba en proporciones desconocidas, pero ya sobre una nueva base de solidez diamantina".

¿Qué pensaban de Cristo aquellos socialistas? Unos (como el mismo BIELINSKY) no se detenían ni ante Cristo y lo rechazaban junto con el cristianismo.

"Quedaba la deslumbrante personalidad de Cristo, a la que siempre fue más difícil combatir. BIELINSKY, como buen socialista, debía desbaratar la doctrina cristiana, considerándola una falsa e ignorante teoría filantrópica, condenada por la ciencia moderna y por los principios económicos de actualidad. Con todo, permanecía incólume la preclara faz del Hombre‑Dios, su inaccesibilidad moral, su admirable y prodigiosa belleza. Pero BIELINSKY, en alas de su continua e inextinguible exaltación, no se arredraba ante este obstáculo insuperable, como se arredró RENAN, quien proclamó (en su Vie de Jésus, libro ateo a todas luces) que pese a todo, Cristo representaba el ideal de la belleza humana, una imagen inasequible que jamás volvería a repetirse en el futuro.

"¿Sabe usted? (chilló una noche BIELINSKY, que a veces tenía voz de flautín cuando se acaloraba mucho), ¿Sabe usted que no se pueden acumular pecados sobre el hombre ni atosigarlo con deberes, exigiéndole que ponga la mejilla cuando la sociedad está constituida de modo tan canallesco que el individuo no puede por menos de cometer fechorías, pues a ello le obliga la situación económica, y que sería absurdo y cruel exigirle lo que, por las leyes de la naturaleza, no podría cumplir aunque quisiera?..."

Unas palabras de BIELINSKY, que recoge D. a continuación en una preciosa confidencia, nos revelan cuán hondamente arraigada tenía el joven DOSTOYEVSKY la fe en Cristo.

"No estábamos solos aquella noche; asistía un amigo de BIELINSKY a quien éste profesaba gran afecto y a quien obedecía en muchos casos; también estaba un joven literato principiante, que después brilló merecidamente en la literatura.

Me conmueve contemplarle, interrumpió BIELINSKY súbitamente su fogoso discurso, dirigiéndose a su amigo y señalándome a mí. Cada vez que menciono a Cristo de esta manera, se le altera el rostro y parece que va a romper a llorar..."

Así pues, unos socialistas pensaban que Cristo era un personaje nefasto y superado. "Créame que es usted muy cándido (encaróse de nuevo conmigo). Tenga por seguro que si su Cristo hubiera nacido en nuestra época sería el más imperceptible y el más ordinario de los hombres, se eclipsaría ante la ciencia moderna y ante los actuales conductores de la humanidad".

Otros sin embargo tenían a Cristo por el primer socialista y consideraban el socialismo (nos dirá D. en otro texto) como el auténtico cristianismo. "¡No, eso no!, protestó su amigo. Si apareciese ahora Cristo nuevamente, se incorporaría al movimiento para encabezarlo".

Finalmente, D. enumera los nombres de los mentores y caudillos del socialismo de su juventud. "Aquellos conductores de la humanidad, a los que había de incorporarse Cristo, eran todos franceses. En primer término, GEORGE SAND, el ahora totalmente olvidado CABET, PIERRE LEROUX y PROUDHON, que acababa de aparecer en la palestra. Si mal no recuerdo, era a estos cuatro a los que más reverenciaba BIELINSKY. FOURIER no gozaba ya, ni con mucho, de tal predicamento. De los cuatro primeros se hablaba a veces durante veladas enteras en casa de BIELINSKY. Había también un alemán al que estimaba mucho: FEUERBACH... De STRAUSS se hablaba con veneración"[3].

D. se convirtió al socialismo ateo de BIELINSKY: "yo bebía entonces ávidamente sus enseñanzas".

Después de relatar su conversión al socialismo, D., al final del artículo, indica breve y veladamente cómo empezó el itinerario inverso, cómo encontró y volvió de nuevo a Cristo.

"En Tobolsk, mientras unos deportados esperábamos nuestro ulterior destino, las esposas de varios decembristas consiguieron, a fuerza de ruegos, que el director de la prisión les concediese una entrevista secreta con nosotros en su propia casa... La entrevista duró una hora. Ellas nos bendijeron, nos expresaron sus mejores votos para nuestro camino ulterior, nos santiguaron y nos regalaron a cada uno un Evangelio, único libro permitido en el penal.

Lo tuve cuatro años bajo la almohada de mi camastro[4]. Algunas veces lo leía o se lo leía a otros. Con aquel Evangelio enseñé las primeras letras a un recluso..."[5].

 

2. El texto autobiográfico más importante que D. nos ha dejado acerca del socialismo de su juventud se halla en el n. 50 de El Ciudadano[6].

A propósito de su novela Demonios, algunos críticos habían escrito que revolucionarios como NECHÁIEV (Piotr Verjovensky en la novela) sólo podían ser "fanáticos idiotas". D. les contesta que los Necháiev pueden ser hombres inteligentes y cultos y apela a su experiencia personal.

"Yo mismo he sido un Necháiev, he subido al cadalso condenado a muerte y os aseguro que quienes me acompañaban eran hombres instruidos. Casi todos mis compañeros se habían graduado en centros de enseñanza superior".

Me objetarán, prevé D., que PETRACHEVSKY no era NECHÁIEF y que el socialismo teórico y utópico del primero nada tenía que ver con la praxis criminal del segundo. Contesta:

"¿Cómo sabéis que los petrachevskistas no podían convertirse en nechaievistas, si las cosas hubieran venido así? Ni que decir tiene que entonces nadie se imaginaba cómo podrían venir las cosas.

Los tiempos eran muy otros. Pero permitidme decir lo siguiente respecto a mí: probablemente nunca hubiera podido convertirme en un Necháiev; pero me abstengo de jurar que no hubiera podido hacerme nechaievista... en los días de mi juventud".

Ahora D. plantea la pregunta central del artículo: si esos jóvenes revolucionarios no son ignorantes ni fanáticos ni monstruos, ¿cómo es posible que lleguen hasta el crimen?

"Entre nosotros, los petrachevskistas, no había ni un solo "monstruo", ni un solo "granuja", ya sea entre los que subimos al cadalso o entre los que no sufrieron molestia alguna. No creo que nadie se atreva a rebatir tal aserto. Probablemente tampoco discutirá nadie que había entre nosotros gente instruida. Pero es indudable que bien pocos de nosotros éramos capaces de combatir el notorio ciclo de ideas y conceptos fuertemente arraigados entonces en el seno de nuestra sociedad juvenil. Estábamos contaminados por las ideas del socialismo teórico de la época".

Esta es la respuesta de D. a la pregunta planteada: los crímenes revolucionarios no son causados ni por la ignorancia ni por la maldad, sino por la fe, equivocada pero sincera, en las ideas socialistas. D. explica a continuación cuáles eran esas ideas, cuál era el ideal del socialismo teórico. Esta página es un documento inestimable para conocer el socialismo humano y moral, religioso y utópico de los años 40 en Rusia.

"El incipiente socialismo se comparaba (lo comparaban incluso algunos de sus pregoneros) con el cristianismo, y era considerado como una modificación y un mejoramiento del mismo, de acuerdo con el siglo y con la civilización. Todas estas nuevas ideas nos gustaban lo indecible en Petersburgo, nos parecían sagradas y morales en el más alto grado, y sobre todo humanas y universales: la futura ley de la humanidad entera, sin excepción alguna.

    Mucho antes de la revolución parisina de 1848, estábamos nosotros saturados de la sugestiva influencia de dichas ideas. En 1846 me inició BIELINSKY en toda la verdad de la venidera "renovación del mundo" y en toda la santidad de la futura sociedad comunista. La creencia en la inmoralidad de los mismos fundamentos (cristianos) de la sociedad contemporánea, en la inmoralidad de la religión y de la familia, en la inmoralidad del derecho de propiedad; la idea de la destrucción de las nacionalidades en aras de la fraternidad universal de los hombres; el desprecio del amor a la patria como un freno al desarrollo general, etc., ejercían una influencia que nos era imposible vencer y que por el contrario cautivaba nuestros corazones y nuestras mentes, en nombre de una magnanimidad ignota. En todo caso, el tema parecía grandioso y muy por encima del nivel de los conceptos entonces imperantes; y esto era lo que nos seducía".

Fascinados por un ideal tan grande y luminoso, ¿cómo no iban a estar dispuestos los jóvenes revolucionarios a morir y matar por él?

"Aquellos de entre nosotros... que aún ignoraban el origen del morbo que les corroía eran incapaces por esa misma razón de combatirlo. Así pues, ¿por qué pensáis que un asesinato a la Nechaiev hubiera detenido, si no a todos, a algunos de nosotros, en aquella época turbulenta, en medio de doctrinas que nos embargaban el alma y de los estremecedores acontecimientos europeos que nosotros, olvidándonos por completo de la patria, seguíamos entonces llenos de una tensión febril?"

Las ideas matan... Un ideal y una fe equivocados pueden conducir a un hombre honrado a cometer el crimen más monstruoso.

"En mi novela Demonios, he intentado exponer los variados y distintos motivos que pueden inducir incluso a hombres muy bondadosos y puros de corazón a perpetrar un asesinato tan monstruoso. Eso es lo que causa horror: ¡en ocasiones aquí puede cometerse la acción más baja y abyecta sin necesidad de quien la comete sea un miserable!"[7]

¿Dónde hallará defensa la juventud actual contra las ideas erradas y criminales del socialismo ateo? Desgraciadamente no en la familia.

"Los jóvenes pertenecientes a nuestros estamentos intelectuales se han criado en el seno de familias donde hoy suelen imperar el descontento, la impaciencia, la burda ignorancia (pese a tratarse de gente intelectual) y donde casi siempre la auténtica cultura es suplantada por la cínica negación tomada de prestado; donde los impulsos materiales privan sobre cualquier idea elevada; donde los niños se educan sin base alguna, al margen de la razón natural, en la irrespetuosidad o en la indiferencia hacia la patria y en un espíritu de irónico menosprecio del pueblo, que va difundiéndose mucho en los últimos tiempos.

¿Es en esa fuente donde nuestros jóvenes van a beber la verdad para encauzar rectamente sus primeros pasos en la vida?"

El mal viene de Europa. Los intelectuales europeos que se proponen como maestros a la juventud (D. cita a S. MILL, DARWIN y STRAUSS) enseñan el ateísmo y pretenden sustituir el amor a Dios por el amor a la humanidad.

"Quizá se me replicará que aquellos autores no predican el delito y que, por ejemplo, STRAUSS, aunque odia a Cristo y se ha fijado como propósito de su vida ridiculizar y denigrar el cristianismo, adora a la humanidad en general y sus doctrinas son de lo más sublime y noble".

D. está absolutamente convencido de que el humanismo ateo es imposible; de que, sin Cristo el hombre sólo conseguirá fundar una sociedad inhumana.

"Tal vez sea verdad todo eso y también lo sea que los modernos voceros del pensamiento progresista europeo persiguen fines humanitarios y grandiosos. Pero a mí me parece indudable una cosa: si se les diese a estos eximios maestros contemporáneos posibilidad plena de destruir la vieja sociedad y edificar una nueva, el resultado sería una tiniebla tan oscura, tal caos, algo tan burdo, tan ciego y tan inhumano, que todo el edificio se derrumbaría entre las maldiciones de la humanidad antes de ser rematado.

Cuando la razón humana da de lado a Cristo, puede llegar a los resultados más sorprendentes. Es un axioma".

Concluye, por tanto, D. la primera parte de su exposición:

"Hay momentos históricos de la vida de los hombres en que un crimen descarado, cínico y grosero puede interpretarse como una manifestación de grandeza de alma, como un acto noble e intrépido de una humanidad que trata de romper sus cadenas... Considero que, en resumen, puede admitirse mi tesis: que hasta un muchacho decente e ingenuo, e incluso buen estudiante, puede a veces convertirse en un nechaievista..., si es que se tropieza en la vida con un Necháiev; esa es una condición sine que non..."[8]

La segunda parte del artículo plantea una segunda pregunta: ¿cómo escapar al influjo fascinante y maléfico del ideal socialista, del humanismo ateo, y convertirse de nuevo a Cristo y al humanismo cristiano? D. reanuda su relato autobiográfico.

No es un proceso fácil. "La historia de la gradual renovación de un hombre, la historia de su tránsito progresivo de un mundo a otro, de su descubrimiento de una realidad nueva totalmente ignorada hasta entonces"[9] es una historia dolorosa y lenta.

En el mismo cadalso, recuerda D., no estábamos arrepentidos, seguíamos convencidos de la verdad y belleza de nuestros ideales.

"Nosotros, los petrachevskistas, subimos al cadalso, y oímos nuestra sentencia sin el menor arrepentimiento. Indudablemente no estoy autorizado a hablar por todos, pero creo que no me equivoco al declarar que entonces, en aquel momento crucial, la inmensa mayoría de nosotros, si es que no todos, hubiera considerado un deshonor renegar de sus convicciones... La sentencia de fusilamiento, que se nos leyó previamente, no era una broma; casi todos los condenados estábamos seguros de que se ejecutaría y pasamos por lo menos diez minutos horribles, inmensamente pavorosos, en espera de la muerte. A lo largo de aquellos minutos, algunos de nosotros (lo sé positivamente), retrayéndose instintivamente hasta las profundidades de su ser y haciendo una instantánea recapitulación de toda su vida, tan breve por cierto, acaso se arrepintieran de ciertos pecados graves (de aquellos que cada hombre lleva toda su vida en el sagrario de su conciencia); pero la causa que motivó nuestra condena, las ideas y los conceptos de que estaba impregnado nuestro espíritu, eran para nosotros algo que, lejos de requerir arrepentimiento, nos purificaba: un martirio por el que se nos perdonarían muchas cosas".

Tampoco fueron los años de presidio los que doblegaron su espíritu y cambiaron sus convicciones.

"Así seguimos pensando durante mucho tiempo. Ni los años de destierro ni los sufrimientos bastaron para quebrantarnos. Por el contrario, nada nos doblegó, y nuestras creencias no hicieron más que vigorizar nuestro espíritu con la idea del deber cumplido".

¿Qué fue entonces lo que convirtió a D. en un hombre nuevo? En el texto anterior, aludió D. claramente al Evangelio, a su lectura frecuente. En el texto presente, da como causa de su conversión el trato con el pueblo con quien convivía en el penal.

"Fue algo muy distinto lo que hizo cambiar nuestras opiniones, nuestras creencias y nuestros corazones. (Naturalmente sólo me permito referirme a aquellos de nosotros cuyo cambio de convicciones es notorio y ha sido atestiguado por ellos mismos de una manera o de otra). Ese "algo muy distinto" consistió en el trato directo con el pueblo, en la unión fraternal con él en una desgracia común, en la idea de vernos a su mismo nivel e incluso más abajo todavía".

Pero el proceso fue lento, repite D.. Y en su caso ayudaba el recuerdo de las enseñanzas y las vivencias religiosas de su infancia... ¡Cuánto más difícil y lenta no tenía que ser la resurrección moral de aquellos que no habían tenido educación religiosa alguna!

"Repito que este proceso no se verificó rápidamente, sino poco a poco, y pasado un largo período de tiempo. No eran el orgullo ni el amor propio los que nos impedían rectificar. Dicho sea de paso, yo fui quizás uno de los que con más facilidad se reintegraron al seno del pueblo, identificándome con el alma rusa y reconociendo el espíritu popular. Descendiente de una familia rusa y devota, recuerdo el amor que me profesaban mis padres hasta donde alcanza mi memoria. En nuestra casa todos conocíamos el Evangelio punto menos que desde la infancia más temprana. No tenía yo más de diez años y conocía ya todos los episodios principales de la Historia de Rusia, de KARAMZIN, que nos leía por la noche mi padre. Las visitas al Kremlin y a las catedrales de Moscú constituían para mí momentos solemnes... Pues bien, si incluso a mí se me hacía tan difícil convencerme de la falsedad y de la sinrazón de casi todo lo que teníamos en casa por luz y verdad, ¿cuál no sería la situación de otros que habían roto más abiertamente con el pueblo y cuya ruptura era hereditaria, pues procedía de sus padres y de sus abuelos?"[10]

Termina D. su relato autobiográfico con estas palabras:

"Me sería muy difícil narrar la historia de la transformación de mis convicciones, tanto más cuanto que, por otra parte, tampoco creo que sea muy interesante". Es una verdadera lástima que nunca nos haya contado D. esta historia de la transformación de sus ideas. A1 menos nos ha dejado suficientes datos para que podamos adivinarla.

El primer factor de conversión fue la lectura del Evangelio. En el Evangelio redescubrió D. (si es que alguna vez la olvidó por completo) la radiante figura de Cristo. Así se explica que en 1854 (todavía en Siberia) escribiera esta vehemente y paradójica profesión de fe en Cristo: "Dieu m'envoie parfois des minutes où je suis parfaitement calme; en ces minutes... je me suis composé un symbole de la foi où tout est clair et sacré pour moi. Ce symbole est fort simple, le voici: croire qu'il n'y a rien de plus beau, de plus profond, de plus sympathique, de plus raisonnable, de plus courageux et de plus parfait que le Christ; et que non seulement il n'y a ríen de semblable, mais je me dis avec un amour jaloux que cela ne saurait exister. Bien plus, si quelqu'un me prouvait que le Christ est hors de la vérité, je préférerais demeurer avec le Christ qu'avec la vérité"[11].

El segundo factor de la conversión de D. fue su contacto con el pueblo en el presidio. Eran criminales, pero eran cristianos. En el Epílogo de Crimen y castigo, hay un breve episodio significativo que bien pudiera ser autobiográfico.

"Por no sabía qué armóse camorra; todos a una cayeron sobre él [Raskólnikov] con saña: "¡Tú eres un ateo, tú no crees en Dios! ¡Es preciso matarte!" Nunca había hablado con ellos de Dios ni de la fe, pero querían matarlo por ateo".

Para aquellos criminales el ateísmo era un crimen inconcebible, que separaba de la comunión humana[12].

D. descubre en Siberia que el pueblo ruso es un pueblo cristiano, más aún, un pueblo cristóforo, como afirmará tantas veces en las páginas del Diario de un escritor. Pocos meses antes de morir, D. reconocerá de nuevo con emoción su deuda con este cristiano pueblo ruso, que le devolvió a Cristo.

"Nuestro pueblo es tosco, pero no del todo. Eso lo juro yo como testigo, pues le he visto de cerca, le conozco, he convivido largo tiempo con él, he comido en su mismo plato, he sido considerado un "malhechor" y se me han encallecido las manos trabajando con él, mientras que otros, dándoselas de liberales y mofándose del pueblo, dictaminaban en conferencias y folletones periodísticos que nuestro pueblo "era imagen y semejanza de una bestia". ¡No me vengáis con que desconozco al pueblo! Lo conozco y gracias a él volví a dar albergue en mi alma a Cristo, a quien conocí de niño en el hogar paterno y cuya imagen perdí cuando me convertí en un liberal europeo"[13].

 

II. ‑ LOS TEXTOS Y LAS IDEAS

 

Texto 1: El Ciudadano (n. 41) 1873

En este artículo sobre política extranjera, señala D. la presencia en Francia de un "espíritu del mal", fruto de "todo un siglo de discordias, de anarquía y de revoluciones inútiles". Lo describe como una nueva fe anticristiana.

"Observad que este espíritu del mal lleva dentro una ardorosa fe y, por tanto, no opera sólo con la negación paralizadora, sino con el señuelo de las más seductoras promesas. Representa una nueva creencia anticristiana y, por consiguiente, ofrece a la sociedad nuevos principios morales; y asegura disponer de fuerza para reconstruir el mundo, para hacer a todos los hombres iguales y felices, dando remate a una perenne torre de Babel y colocando su última piedra".

Más de cinco años antes de la Leyenda del Inquisidor, pero más de diez años después de los Apuntes del subsuelo, D. ve el mundo edificado por el socialismo ateo como una torre de Babel ("palacio de cristal", en los Apuntes) donde los hombres llegan a ser "todos iguales y felices".

En el número anterior (n. 40), había escrito D., en el mismo sentido:

"presenciamos una lucha entre la fe y el ateísmo, entre la doctrina cristiana y los nuevos principios de la sociedad del futuro, que pretende entronizarse desplazando a Dios de su sitial". Estos nuevos principios se encarnan en los "hombres nuevos", que son "los ateos y socialistas".

¿Quién vencerá, quién "ahuyentará de una vez al espíritu del mal"? No será el catolicismo. Según D., el catolicismo, con el Papa a la cabeza, ha sucumbido hace tiempo a la tentación del poder.

"El espíritu del mal es más fuerte y más puro que ellos". Sólo una "palabra nueva" podrá oponerse a la "nueva idea". Esa palabra nueva "consiste precisamente en la lucha por los fueros de Cristo contra el pavoroso e inminente Anticristo.

Hay que salvar a Francia convirtiendo a sus hombres más inteligentes a la fe en Dios, infundiendo en los corazones de millones de trabajadores no bautizados la bienaventuranza de Cristo y dándoles a conocer por primera vez su sagrada Imagen".

La verdadera fe en Cristo, la verdadera imagen de Cristo, único oponente válido del socialismo ateo, se halla (nos dirá enseguida D.) en la ortodoxia rusa.

El espíritu del mal triunfará, termina diciendo D. con acentos proféticos. La salvación sólo vendrá después de la perdición.

"El nuevo espíritu llegará; la nueva sociedad triunfará indudablemente, por ser la única que trae consigo una idea nueva, positiva, y la única solución adecuada para Europa. El mundo se salvará después de haber sido visitado por el espíritu del mal... El espíritu del mal está al llegar, puede que nuestros hijos lo vean..."[14]

Ya en este primer texto hallamos enfrentados a los dos antagonistas del drama del mundo moderno, en el pensamiento de D.: la fe y el ateísmo, Cristo y el Anticristo.

Texto 2: E1 Ciudadano (n. 51) 1873

Esboza D. por primera vez en sus escritos periodísticos la génesis del socialismo en Francia. (Para D., como veremos, el socialismo es "francés"). Durante largos siglos Francia fue católica y del catolicismo sacó la "fuerza vital" que la encumbró "a la cabeza de los pueblos romanos de Europa". Francia significa en el catolicismo lo que Rusia en la ortodoxia.

"Francia era la representante más caracterizada del catolicismo en el occidente de Europa casi desde los albores del cristianismo; representación que, en cierto modo, cabría comparar con la del cristianismo ortodoxo oriental, que Rusia se disponía a ostentar (y en parte ostentó) hasta la subida al trono del EMPERADOR PEDRO".

Pero Francia, a fines del siglo XVIII, rompe con la idea católica y se proclama renovadora de la humanidad sobre principios nuevos, independientes de la religión y basados en la razón autónoma.

"Estos modernos principios, los principios nuevos e independientes de las futuras sociedades humanas... fueron ya la base de una civilización elaborada por la humanidad europea, es decir, la ciencia, el Estado y la ilusión de una justicia sustentada únicamente sobre las leyes de la razón. Ha sido Francia la única en proclamar la independencia de estos principios revolucionariamente; o sea, su total autonomía respecto de la religión y de todas las tradiciones. Fue un acto sin precedentes en la historia de la humanidad y en eso consistió la esencia de la revolución francesa".

Al cabo de cien años, "los principios revolucionarios" proclamados en 1789 han perdido toda su fuerza. El sector intelectual y políticamente dominante ha abjurado "consciente y apáticamente punto menos que de todas las ideas proclamadas con tanto entusiasmo" y cifra todo su ideal en mantener sus privilegios. El pueblo ha descubierto finalmente que la revolución (como ya había denunciado Babeuf) no fue "la reestructuración de la sociedad sobre principios nuevos, sino sólo la victoria de una clase poderosa sobre otra" y "se apresta, cual perro hambriento, a arremeter contra sus hermanos más dichosos y a descuartizarlos".

Así pues, D. ve en el socialismo ateo el último y lógico desarrollo de las ideas y principios de la revolución francesa[15].

Texto 3: El Ciudadano (n. 1) 1874

De este texto, el último que publicó D. en El Ciudadano, destacaré una página que caracteriza la visión, desorbitada y falseada por prejuicios e incomprensiones, que D. tenía del catolicismo (tema que será frecuente en el Diario de un escritor). La Iglesia católica, según él, ha sucumbido a la tentación de poder.

"La Iglesia romana no puede continuar existiendo con su estructura actual [es decir, sin los Estados pontificios, que acaba de perder]. Lo ha proclamado a los cuatro vientos ella misma, reconociendo con ello que su reino es de este mundo y que su Cristo no podría mantenerse sin el reino temporal. La Iglesia católica ha elevado la idea del reinado temporal de Roma por encima de la verdad y de Dios. Con el mismo objeto proclamó el dogma de la infalibilidad de su jefe precisamente cuando a las puertas de Roma llamaba el poder temporal: notable coincidencia que señala el fin de los fines". D. considera muy posible que la Iglesia romana, perdida la protección de los reyes, "esté dispuesta incluso a recurrir a la plebe", para no perder el poder y el reino temporal. Un texto anterior (n. 41 de la revista) prevé la alianza de la Iglesia católica con el socialismo ateo (previsión frecuente también en el Diario).

"Podéis creerme: Roma sabrá dirigirse al pueblo, al mismo pueblo que la Iglesia romana repelió siempre con soberbio orgullo y al que ocultó hasta el Evangelio de Cristo, prohibiendo su traducción. El Papa se las ingeniará para ir al pueblo a pie y descalzo, pobre y desnudo, con un ejército de veinte mil jesuitas adiestrados en la caza de almas humanas. ¿Resistirán a este ejército KARL MARX y BAKUNIN? Lo dudo: el catolicismo es muy hábil cuando hace falta para ceder y contemporizar. ¿Y qué le cuesta convencer a la plebe ignorante y mísera de que el comunismo es exactamente igual que el cristianismo y de que Cristo lo dijo así? ¿No existen hoy socialistas inteligentes e ingeniosos que están persuadidos de que lo uno y lo otro son la misma cosa y, con la mayor seriedad, confunden el Anticristo con Jesús?"

Esta concepción negativa de la Iglesia católica no variará en los textos posteriores de D. y desembocará en la Leyenda del Inquisidor, que es a la vez un ataque contra el catolicismo y contra el socialismo.

Texto 4: Diario de un escritor, enero 1876

Como es sabido, la Leyenda del Inquisidor es, en el fondo, un comentario al episodio evangélico de las tentaciones de Jesús en el desierto. D. parece haber meditado profundamente y durante largos años este pasaje.

El presente texto hace referencia a la primera tentación: convertir las piedras en pan. En ella ve planteada D. la cuestión central del mundo moderno: ¿los hombres necesitan pan o necesitan a Dios?

El texto empieza jocosamente (el contexto es el tema del espiritismo), pero poco a poco el tono festivo desaparece y da paso a una hipótesis grave y decisiva: ¿qué pasaría si los demonios le comunicasen al hombre la ciencia total y con ella el hombre resolviese todos sus problemas materiales? ¿Sería feliz entonces el hombre? En un primer momento, sí.

"Yo pregunto: ¿qué sería entonces del hombre? Naturalmente al principio no cabría en sí de júbilo... Las gentes sentiríanse de pronto por así decirlo colmadas de felicidad, sumidas en los bienes materiales; acaso andarían o volarían por los aires, recorriendo espacios inmensos con velocidad diez veces mayor que los ferrocarriles de ahora; extraerían del suelo cosechas fabulosas; quizá crearían por medio de la química organismos vivos; y habría suficiente carne de vaca para repartir a tres libras por persona, como sueñan nuestros socialistas. En una palabra, a comer, a beber y a disfrutar tocan".

Así pues, el hombre sería feliz. Además sería bueno, liberado por fin de la ignorancia y de la miseria, que eran las únicas causas de sus crímenes.

"Ahora veréis, gritarían los filántropos. Ahora que el hombre está a cubierto de toda necesidad es cuando se manifestará plenamente. Eliminadas las privaciones materiales y liquidado el medio ambiente corrosivo que generaba todos los vicios, el hombre se convertirá en un ser hermoso y justo. Desaparecida la necesidad de trabajar sin pausa para ganar e1 sustento, todos se dedicarán a la reflexión intensa y profunda, al estudio de los fenómenos generales. ¡Ahora, ahora es cuando da comienzo la fase suprema de la vida! "

Pero, en un segundo momento, esos hombres sin problemas ni necesidades descubrirán que su vida ni siquiera era humana. DOSTOYEVSKY enfrenta siempre dos tesis y dos concepciones del hombre. La tesis de Satán (socialismo ateo) dice: el hombre sólo necesita pan. La tesis de Cristo dice: "no sólo de pan vive el hombre".

"Pero semejante entusiasmo acaso no bastaría para satisfacer ni siquiera a una generación. Los hombres comprobarían que habían perdido su vida, que se habían esfumado su voluntad y su personalidad, que alguien se lo había robado todo a todos a la vez; que había desaparecido su fisonomía humana, suplantada por la imagen del esclavo, por la figura de la bestia, con la diferencia de que la bestia no se tiene por tal, mientras que el hombre sería consciente de su propio estado de embrutecimiento. Y la humanidad se pudriría; las gentes se cubrirían de llagas y se morderían la lengua, atormentadas al percatarse de que les habían arrebatado la vida a cambio de un mendrugo de pan, de "unas piedras convertidas en panes". Comprenderían la imposibilidad de hacer compatible la dicha con la inactividad, que el entendimiento ocioso acaba por apagarse, que no es posible amar al prójimo sin ofrecerle una parte del trabajo propio, que es denigrante vivir de limosna y que la felicidad no se encierra en sí misma, sino en el esfuerzo por conseguirla. Acabarían por imponerse el tedio y la abulia: todo está hecho y nada queda por hacer; todo se conoce y nada queda por indagar.

Los suicidas formarían legión, y no serían individualidades que se esconden por los rincones como ahora; las gentes se congregarían en masa, tomándose de las manos y exterminándose repentinamente, por miles, con algún nuevo procedimiento, descubierto al mismo tiempo que los restantes inventos. Y entonces puede que los sobrevivientes clamaran a Dios: Bien dices, Señor, que no sólo de pan vive el hombre".

La antítesis entre Satán (convertir las piedras en pan) y Cristo (no sólo de pan vive el hombre) es clara en e1 texto. La utopía triunfante (primer momento) termina con la apoteosis de Satán: los hombres entonarían "un himno concertado y común: ¿Quién semejante a la Bestia? ¡Loor a ella que nos ha traído e1 fuego de los cielos!" La utopía fracasada (segundo momento) termina con la rebelión contra Satán: "entonces se rebelarían contra los demonios".

Texto 5: Diario de un escritor, marzo 1876

 1. Las dos soluciones equivocadas del problema social y moderno en general, según D., son el socialismo y el catolicismo.

En el socialismo o comunismo[16] hay que distinguir los dirigentes o teóricos y el pueblo. Los primeros creen absolutamente en la ciencia y esperan de ella los "nuevos principios" de la nueva sociedad.

"Los soñadores socialistas y los soñadores positivistas colocan la ciencia por encima de todo y esperan de ella la panacea universal, es decir, la reunificación de los hombres y los nuevos principios del organismo social, matemáticamente firmes e inconmovibles ya".

D. niega que la ciencia pueda explicar el misterio del hombre y de la vida. En sus novelas, siempre opone la vida a la teoría (Epílogo de Crimen y castigo); afirma que hay que creer en la vida antes de conocer su sentido y para conocerlo (diálogo entre Aliosha e Iván, en Los hermanos Karamázov), etc.

"Pero la ciencia, en la que tantas esperanzas cifran, difícilmente estará en condiciones de acometer ahora tal empresa. Cuesta trabajo imaginarse que conozca ya tan bien la naturaleza humana como para establecer sin yerro las nuevas leyes del organismo social. Y como la empresa no puede vacilar ni esperar, surge de por sí una pregunta: ¿está la ciencia actual en condiciones de llevar a cabo tal misión, incluso aunque ésta no rebase la capacidad de la ciencia en su desarrollo futuro? (De momento eludimos afirmar que esta tarea rebase indiscutiblemente la capacidad de la ciencia humana incluso en su desarrollo ulterior).

Junto a estos "soñadores", junto a tan evidente "fantasía", en el pueblo se ha hecho patente el afán más cruel e inhumano, que ya no tiene nada de fantástico, sino que es real e históricamente insoslayable: Ote‑toi de là que je m'y mette. Salvo rarísimas excepciones, el primero y principal anhelo de millones de elementos del demos es saquear a los propietarios... Consideran indudablemente y de la manera más ingenua que sólo mediante este saqueo lograrán enriquecerse y que es precisamente en eso en lo que consiste la idea social de que les hablan sus cabecillas. Por otra parte, ¿cómo van a comprender ellos a los soñadores que les guían o a interpretar las profecías acerca de la ciencia?"

El socialismo o comunismo es, a los ojos de D., utopía científica por arriba y revanchismo violento por abajo[17].

2. Después del comunismo, examina D. el catolicismo. D. acusa formalmente a la Iglesia romana de haber cedido a la tercera tentación:

"Ha vendido a Cristo sin vacilar por el dominio del mundo". Y más adelante: "Al proclamar el dogma de que el cristianismo no puede mantenerse en la tierra sin el poder temporal del Papa, proclamó a un nuevo Cristo, muy distinto del anterior, que se dejó seducir por la tercera tentación del diablo, basada en los bienes terrenales: Adórame y todo esto te daré"[18].

Es significativo, añade D., que en el mismo momento en que perdía sus Estados, el Papa proclamara el nuevo dogma de su infalibilidad.

"Por añadidura, hace muy poco tiempo que Roma se rindió a la tercera tentación del diablo proclamando un dogma firme... Es cosa notable que la proclamación de dicho dogma, el descubrimiento de todo el secreto, se verificase en el preciso instante en que la Italia unificada llamaba ya a las puertas de Roma... Nos hallamos ante la resurrección de la antigua idea romana del dominio y de la unión universal, que jamás llegó a morir para el catolicismo romano. Esta es la Roma de JULIANO EL APOSTATA, pero no la del Apóstata vencido, sino aparentemente vencedor de Cristo en la nueva y última batalla. De este modo, la venta del Cristo verdadero por los bienes terrenales se ha consumado".

En nuestros días, el catolicismo romano, "perdida la protección de los reyes, es indudable que recurrirá al demos". D. pone en boca del Papa un discurso al pueblo anunciando "un nuevo Cristo que a todo se presta, el Cristo proclamado en el último e impío concilio romano". De este discurso, destacaré dos pasajes, por su indudable semejanza con las palabras del Inquisidor en la Leyenda. En el primero, el Papa promete a todos el pan, la felicidad terrena. "Regocijaos y alegraos, que está en puertas el paraíso terrenal: todos os haréis ricos y, con la riqueza, justos, ya que vuestros deseos se cumplirán y no tendréis motivo para hacer mal". En el segundo, el Papa promete el perdón, suprime la conciencia y permite el mal. "Sabed asimismo que sois inocentes de todos vuestros pecados, pasados o futuros, pues todos ellos son producto de vuestra pobreza".

Texto 6: Diario de un escritor, mayo 1876

Las ideas expresadas en el Texto 4 (enero 1876) reaparecen en este texto casi en los mismos términos, a propósito del caso reciente de una joven suicida: que no sólo de pan vive el hombre, que más importante que el pan es "la fe en el supremo ideal", que el hombre no es malo sólo porque carece de pan...

"La importancia atribuida al dinero [por la suicida] puede constituir el último eco del principal prejuicio de toda una vida acerca de las piedras convertidas en panes. En una palabra, se transparenta la convicción rectora de toda una existencia, a saber: "Si todos estuvieran a cubierto de la necesidad, serían felices; de no haber pobres, no habría delitos. El delito no existe; es un estado morboso provocado por la pobreza y por un infausto medio ambiente, etc. etc." En eso consiste el minúsculo, ordinario y terrible catecismo, característico y consumado, de las creencias a las que estas mujeres se entregan durante su vida con tanta fe (pese a que la pierden tan pronto y acaban con su vida), que con ella lo suplantan todo: la existencia viva, el vínculo con la tierra, la fe en la verdad, todo, todo. La joven en cuestión estaba por lo visto hastiada de vivir, pues había perdido toda la fe en la verdad y en el deber; en una palabra, en el supremo ideal de la existencia".

Estas páginas del Diario las comenta el mismo D. en una carta del 7 de junio, que parecen (junto con el texto de enero) un primer esbozo de la Leyenda del Inquisidor y son su más auténtico comentario. He aquí este impresionante texto:

"Dans la tentation du diable, trois idées universelles colossales se sont fondues et, après dix‑huit siecles passés, il n'y a toujours rien de plus ardu, c'est‑à‑dire de plus malin que ces idées, et on ne peut toujours pas les résoudre. Les "pierres" et les "pains", c'est la question sociale actuelle, c'est le milieu. Ce n'est pas une prophétie, il en a toujours été ainsi.

Plutôt que d'aller visiter les pauvres que la famine et 1'oppression ont rendus plus semblables à des bêtes qu'à des hommes, plutôt que d'aller précher à des affamés la crainte du péché, 1'humilité, la chasteté, ne vaudrait‑il pas mieux commencer par les nourrir? Ce serait plus humain. Et avant Toi on est venu précher, mais Tu es le Fils de Dieu; le monde entier t'attendait avec impatience; agis donc comme un homme supérieur à tous par 1'intelligence et 1'esprit de justice, donne‑leur à tous de la nourriture, assure leur avenir, donne‑leur une organisation sociale telle qu'ils aient toujours du pain et de 1'ordre et, alors seulement, informe toi de leurs péchés. Car alors, s'ils péchent, ils seront ingrats, tandis que maintenant ils péchent parce qu'ils ont faim. C'est un péché de le leur reprocher.

Tu es le Fils de Dieu, par conséquent Tu peux tout. Voici des pierres, Tu vois, en quantité. Il te suffit seulement de commander et les pierres se transformeront en pains. Commande donc à 1'avenir que la terre produise sans travail, enseigne aux hommes la science nécessaire ou apprens leur 1'ordre nécessaire pour que leur vie soit assurée à 1'avenir. Ne crois‑Tu pas vraiment que les principaux vices proviennent de la faim, du froid, de la misère et de 1'intolérable lutte pour la vie?

Telle est la premiére question que 1'esprit du mal a posé au Christ. Convenez qu'il est difficile de s'en sortir. En Europe comme chez nous, le socialisme actuel écarte partout le Christ et se préocuppe avant tout du pain, fait appel à la science et affirme que la cause de tous les maux de 1'humanité est uniquement la misére, la lutte pour 1'existence, 1'action dissolvante du milieu.

A cela le Christ a répondu: "L'homme ne vit pas de pain seulement", c'est-à‑dire qu'il a formulé un axiome sur 1'origine spirituelle de 1'homme. L'idée diabolique ne pouvait atteindre qu'un homme‑béte, mais le Christ savait que 1'homme ne vit pas de pain seulement. S'il n'y a pas, en autre, vie spirituelle, idéal de beauté, 1'homme deviendra angoissé, il mourra, il perdra la raison, il se tuera ou il se lancera dans les fantaisies paiennes. Et comme le Christ portait en Lui et en sa parole 1'idéal de la beauté, Il a decidé: il vaut mieux inspirer aux hommes 1'idéal de la beauté; s'ils le possédent dans leur âme, tous deviendront fréres et alors, bien entendu, travaillant les uns pour autres, ils deviendront riches. Tandis que si tu leur donnes du pain, ils deviendront probablement, par ennui, des ennemis.

Mais si on leur donne á la fois la beauté et le pain? Alors sera enlevé à 1'homme le travail, la personnalité, le sacrifice de ses biens au profit du prochain, en un mot il lui sera enlevé toute la vie, 1'idéal de la vie. Aussi est‑il préférable de ne précher que 1'idéal spirituel"[19].

Texto 7: Diario de un escritor, junio 1876

La noticia de la muerte de GEORGE SAND le da pie a D. para definir la personalidad y la obra de la escritora.

En primer lugar, GEORGE SAND fue una de las primeras voces que se elevaron para denunciar que la revolución francesa había quedado inconclusa y para anunciar que debía ser continuada.

"Al terminar la revolución francesa [después de Napoleón I]... las mentes privilegiadas comprendieron demasiado bien que no se había hecho otra cosa que renovar el despotismo, que sólo había ocurrido lo de ôte‑toi de 1à que je m'y mette; que los nuevos vencedores del mundo (los burgueses) habían resultado quizá peores que los antiguos déspotas (los aristócratas) y que el lema de libertad, igualdad, fraternidad no pasaba de ser una frase rimbombante... Y precisamente en esta época surgió de pronto una palabra nueva y germinaron nuevas esperanzas: aparecieron gentes proclamando que la obra se había detenido inútil e injustamente, que nada se había logrado con el cambio político efectuado por los triunfadores, que convenía continuar y que la renovación de la humanidad debía ser radical, social..."

En segundo lugar, GEORGE SAND fue un representante ejemplar de este socialismo moral y cristiano, que D. propugna a lo largo de todas sus obras, a partir de 1860.

GEORGE SAND era cristiana, a pesar (señala con intención D.) de ser católica: "GEORGE SAND murió como deísta, creyendo firmemente en Dios y en la inmortalidad del alma. Pero esto sería decir poco: GEORGE SAND fue además quizá la más cristiana de todos sus colegas, aunque formalmente, como católica, no conociera a Cristo". No conociendo la imagen verdadera de Cristo, GEORGE SAND no podía esperar sólo de Cristo la salvación: "Naturalmente, como francesa, no podía profesar conscientemente la idea de que "en todo el universo no hay más que un Nombre, su Nombre, que pueda salvarnos", idea fundamental de la religión ortodoxa".

A pesar de todo, "acaso GEORGE SAND fuese una de las más acendradas cristianas sin saberlo ella misma". Al menos su socialismo tenía indudables raíces cristianas. A continuación, define DOSTOYEVSKY el socialismo de GEORGE SAND, que resulta coincidir plenamente con su propia concepción del mismo. Pocas veces nos ha dado D. una definición tan clara, breve y completa de su socialismo cristiano y de los elementos que lo integran.

"Fundó su socialismo, sus creencias, sus esperanzas y sus ideales en el sentimiento moral del hombre, en la sed espiritual de la humanidad, en su afán de perfección y de pureza, y no en la necesidad de la hormiga. Creyó incondicionalmente en la personalidad humana (incluso en su inmortalidad), elevando y ampliando la noción de ella a lo largo de toda su existencia, en cada una de sus obras. Y así vino a coincidir, con su mente y con su sentimiento, con una de las ideas básicas del cristianismo, es decir, con el reconocimiento de la individualidad humana y de su libre albedrío (lo que equivale a reafirmar su responsabilidad). De ahí el reconocimiento del deber y de sus rígidas normas morales, y también la proclamación plena de la responsabilidad humana. Puede que, en su época, no hubiera en Francia pensador ni literato que comprendiese tan bien como ella que no sólo de pan vive el hombre".

Texto 8: Diario de un escritor, octubre y diciembre 1876

Uno de los problemas más acuciantes que, desde antiguo, tiene planteados el socialismo ateo y para el que no acaba de hallar solución satisfactoria es el de la muerte. Es uno de los flancos más vulnerables del socialismo materialista.

El tema de la muerte y de la inmortalidad es central en el pensamiento y en la obra de D. En el Diario de un escritor, aparece ampliamente discutido en dos números de 1876.

En octubre de este año, había publicado D. las confesiones (fingidas e imaginadas) de un suicida "por aburrimiento", que se confiesa materialista y no encuentra razones para vivir. La naturaleza, piensa, ha sido cruel con el hombre al dotarlo de razón. "Ser consciente es lo mismo que padecer..." Sólo son felices los hombres que no piensan y "por efecto del poco desarrollo de su razón más se parecen a las bestias" y viven "para beber, comer, dormir, hacer sus nidos y criar hijos". El amor al prójimo y a la humanidad no son tampoco razones válidas para vivir, "puesto que no ignoro que mañana mismo todo esto se esfumará: tanto yo como la felicidad y el amor y la humanidad nos reduciremos a la nada y retornaremos al caos originario".

Unas semanas más tarde, en una revista de Moscú, bajo las iniciales N. P., un crítico tacha de retrógradas las ideas de D. Su publicación en nuestros tiempos "representa un anacronismo ridículo y lamentable". Suicidas como el de D. sólo se dan excepcionalmente en nuestros días: "estamos en un siglo de conceptos férreos, en un siglo de opiniones prácticas, en el siglo que enarbola la divisa de ¡vivir a todo trance!"

En diciembre del mismo año, D. contesta a N. P., desarrollando las ideas que sólo había esbozado en el artículo de octubre.

"Mi artículo trata de la idea más esencial y elevada de la existencia humana: la ineludible necesidad de la convicción de la inmortalidad del alma humana. El substrato de la confesión de este hombre, que pereció víctima de un suicidio lógico, nos lleva, como necesidad directa e impostergable, a una conclusión: la existencia del hombre que no cree en su alma ni en la inmortalidad es antinatural, absurda e irresistible. Pues bien: a mí me pareció haber expresado claramente la fórmula del suicida lógico, haberla encontrado. Para él no existe la fe en la inmortalidad y así lo explica desde el principio. Poco a poco, inducido por la idea de la falta de una finalidad para sí mismo y por el odio a la incongruencia de la rutina que le circunda, llega fatalmente a la conclusión de que la existencia del hombre sobre la tierra constituye un completo absurdo..."

El señor N. P. sostiene... que estamos en un siglo de conceptos férreos (quizá por eso cunden tanto actualmente los suicidios entre los intelectuales). Aseguro al respetable señor N. P. y a sus iguales, que ese "hierro" se reduce a polvo ante ciertas ideas, por insignificantes que éstas les parezcan en un principio a los señores de los conceptos férreos".

¿Y no podría "el amor a la humanidad" sustituir a la perdida fe en la inmortalidad? El suicida lógico se lo ha preguntado: "Si yo no, la humanidad podría ser feliz y alcanzar alguna vez la armonía". No cabe duda que es "una idea noble, noble y dolorida".

"Pero la inquebrantable convicción de que en realidad la existencia del género humano es tan instantánea como la suya propia y de que, al día siguiente de lograda la "armonía" (suponiendo que esta ilusión sea realizable), la humanidad se reducirá a la misma nada que él, en virtud de las leyes inmutables de la naturaleza, y eso después de los sufrimientos que habrá costado realizar tales sueños, le revuelve el espíritu precisamente por amor a la humanidad, ofende en su persona a la humanidad entera y por efecto de la ley de la reflexión de las ideas mata en su corazón hasta el amor al género humano... Es más, yo sostengo que la conciencia de la absoluta imposibilidad de ayudar o de aportar alguna utilidad o alivio a la humanidad doliente puede incluso trocar en odio el amor de nuestro corazón hacia el género humano".

Y ahora formula una vez más D. la tesis que tantas veces y de tantas maneras repite en sus escritos: sin la fe en Cristo, el amor al prójimo es imposible.

"Los señores de los conceptos férreos no lo creerán, por supuesto, ni lo entenderán en absoluto... Pero yo estoy dispuesto a hacerles reír hasta desternillarse: declaro (de momento gratuitamente) que el amor a la humanidad es inconcebible, incomprensible y hasta imposible de todo punto si no va acompañado de la fe en la inmortalidad del alma humana".

Termina D. saliendo al paso de una posible objeción. ¿No será la fe en la inmortalidad causa de evasión, de huida frente a los problemas del mundo, de desinterés por la vida?

"Al contrario, la inmortalidad, al prometer la vida eterna, vincula más sólidamente al hombre con la tierra. Podrá parecer que hay aquí contradicción: si existe tanta vida, es decir, si además de la temporal existe la inmortal, ¿a qué tanta estima por la vida terrena? Pues viene a resultar exactamente lo contrario, ya que sólo cuando el hombre cree en su inmortalidad alcanza su meta racional en la tierra. Sin el convencimiento de la inmortalidad, en cambio, su vínculo con la tierra se rompe, se debilita, se pudre y la pérdida del sentido supremo de la existencia (percibida siquiera sea en la forma de la nostalgia más inconsciente) acarrea sin duda alguna el suicidio"

En resumen y para terminar, D. enuncia solemnemente: "Sin una idea suprema no puede existir ni el hombre ni la nación. Y en la tierra no hay más que una idea suprema: la de la inmortalidad del alma humana, pues todas las demás ideas "supremas" de la vida, que puedan alentar en el hombre, se derivan de ella"

El artículo sobre el "suicidio lógico" quería ser, en el fondo, un argumento paradójico, pero profundo, en favor de la inmortalidad del alma: "Cuando la convicción de la inmortalidad es tan necesaria para la existencia humana, será que constituye el estado normal de la humanidad y siendo así la inmortalidad del alma humana existe indudablemente".

Texto 9: Diario de un escritor, enero 1877

En el mundo moderno, distingue D. tres "ideas" fundamentales: la idea católica, representada por Francia; la idea protestante, representada por Alemania; y la idea ortodoxa, representada por Rusia"[20].

Francia "parece ser la encarnación más plena de la idea católica desde hace siglos, la cabeza visible de dicha idea, heredada por supuesto de los romanos y mantenida en el mismo espíritu que ellos". La Roma imperial, el catolicismo imperial, el socialismo imperial: son para D. la perduración y prosecución, bajo formas distintas, de la misma idea: "la unificación violenta de la humanidad"[21]. Por esto el "socialismo francés", por más ateo que sea, "no es sino una fidelísima prolongación y culminación de la idea católica".

"Esta Francia, que ya ha perdido casi toda ella cualquier clase de religión (los jesuitas y los ateos vienen a ser la misma cosa), que ha clausurado en más de una ocasión sus iglesias y que una vez llegó a someter el propio Dios a la votación de una asamblea, esta Francia que ha deducido de las ideas del año 89 su propio socialismo francés, consistente en pacificar y estructurar la sociedad humana sin Cristo y al margen de Cristo (como quiso estructurarla inútilmente el catolicismo en el seno de Cristo), esta misma Francia, encarnada en los revolucionarios de la Convención, en sus ateos, en sus socialistas y en sus actuales comuneros, sigue siendo en el grado máximo una nación enteramente católica, contaminada de parte a parte del espíritu y de la letra del catolicismo al proclamar, por boca de sus ateos más notorios el lema: Liberté, égalité, fraternité ou la mort, tal como lo hubiera proclamado el propio Papa si se hubiera visto obligado a pregonar y formular la divisa de liberté, égalité y fraternité católicas con su estilo y con su espíritu, el auténtico estilo y el auténtico espíritu de un Papa de la Edad Media. El propio socialismo francés de nuestros días, que al parecer representa una protesta ardorosa de todos los hombres y de todos los pueblos atormentados y oprimidos por la idea católica, que desean vivir a toda costa sin el catolicismo y sin sus dioses, esta misma protesta, iniciada prácticamente desde fines del siglo pasado (pero en esencia mucho antes), no es sino una fidelísima e invariable prolongación de la idea católica, su culminación más plena y acabada, una consecuencia fatal de ella, que ha ido formándose a través de los siglos; pues el socialismo francés no representa más que la unificación violenta del hombre, idea que proviene de la antigua Roma y que se ha conservado enteramente en el seno del catolicismo. En consecuencia, la idea de emancipar el espíritu humano respecto del catolicismo ha plasmado precisamente en las más estrictas formas católicas, extraídas del propio corazón del catolicismo, de su espíritu y de su letra, de su materialismo, de su despotismo y de sus normas morales"[22].

El protestantismo alemán es, para D., mera "protesta", pura negación del catolicismo.

"Nos encontramos ante una fe protestante puramente negativa, y bastará que se extinga el catolicismo para que, a renglón seguido, desaparezca probablemente el protestantismo, pues no habrá contra qué protestar; se transformará en ateísmo desembozado y ahí parará todo"[23].

La tercera idea es la eslava. En el texto que comentamos sólo se señala su importancia, sin definir sus contornos ni su contenido. Más adelante nos declarará D. su idea de la ortodoxia rusa como el verdadero cristianismo.

"Mientras tanto en el Este arde y resplandece verdaderamente con luz insólita una tercera idea mundial (la del eslavismo), que ahora nace y que tal vez encierre la tercera posibilidad de resolver los destinos de la humanidad en Europa... ¿Qué idea es esa que lleva consigo la unificación de los eslavos? De momento es demasiado imprecisa, mas casi nadie duda ya que traerá consigo algo y pronunciará alguna nueva palabra".

El socialismo francés tentó en el pasado a los intelectuales rusos: "A mediados de siglo algunos de entre nosotros tuvieron el honor de adherirse al socialismo francés y de comulgar con él sin la menor vacilación, puesta la vista en la meta final de unir a la humanidad entera, es decir, de realizar en su plenitud el sueño que hasta hoy nos seduce".

El fin era bueno ("unir a la humanidad entera"), pero no los medios ("el socialismo francés").

"De este modo confundimos la consecución de un objetivo con algo que constituía el colmo del egoísmo, la cima de lo inhumano, el súmmum del desbarajuste y del caos económicos, la máxima calumnia contra la naturaleza humana, la total destrucción de la libertad del hombre... Nos convencimos sin lugar a dudas y seguimos persuadidos de ello hasta hoy de que la ciencia positiva podía determinar los límites morales entre la personalidad de los individuos y de las naciones, ni más ni menos que si la ciencia, aunque pudiera realizar tal empresa, fuera capaz de descubrir estos misterios antes de consumar el experimento, es decir, antes de que se cumplan los destinos del hombre sobre la tierra".

El socialismo ateo es inhumano (pocas veces D. lo ha calificado tan duramente). La ciencia no puede tomar el puesto de la fe. El misterio del hombre y de la vida no son objeto de ciencia, sino de fe y de amor.

No se daban cuenta estos intelectuales rusos de hasta qué punto "el alma del pueblo ruso repudiaba tal doctrina". Hemos de tomar conciencia, piensa D., de que "mucho de lo que hemos venido despreciando en nuestro pueblo no es tiniebla, sino luz; no es necedad, sino inteligencia". La idea de unificar a la humanidad entera, común al catolicismo y al socialismo que pretenden realizarla por la fuerza, sólo el pueblo ruso es capaz de realizarla, porque sólo él la comprende como "la unión del amor".

"Entonces nos convenceríamos de que es precisamente nuestro pueblo el que lleva en sí la auténtica palabra social; que en su idea y en su espíritu late la aspiración viva de unificar la humanidad entera, de aglutinarla observando el debido respeto a la personalidad nacional y a su conservación, manteniendo la libertad plena de los hombres e indicando en qué consiste exactamente esta libertad; en la unión del amor, garantizada por los hechos, por el ejemplo vivo, por la necesidad virtual de una hermandad auténtica, y no por la guillotina ni por millones de cabezas cercenadas".

Texto 10: Diario de un escritor, febrero 1877

Un mes más tarde, comentando unas páginas de la novela Ana Karenina, expone D. las dos soluciones posibles al problema de Europa.

1. La primera solución es la socialista, que no se plantea el problema moralmente y en consecuencia propugna una solución violenta del mismo.

En la revolución francesa, el burgués venció por la fuerza al caballero. En la revolución socialista, el proletario vencerá por la fuerza al burgués. No es una cuestión de derecho, sino de historia.

"Hubo en Europa una época en que imperaban el feudalismo y los caballeros. Mas a lo largo de un milenio y pico fue robusteciéndose la burguesía, que acabó dando la batalla en toda la línea, derrotando y ahuyentando a los caballeros para colocarse en su sitio. Vino a cumplirse el proverbio: Ote‑toi de là que je m'y mette. Pero una vez que ocupó el lugar de sus antiguos señores y tras apoderarse de sus propiedades, la burguesía dio de lado totalmente al pueblo, al proletario y lejos de reconocerle por hermano suyo lo redujo al simple papel de mano de obra, a cambio de un mendrugo de pan, y en un instrumento de su propio bienestar...

[El burgués] ha ocupado el lugar que antes perteneció al caballero, porque le venció mediante la fuerza; y comprende a la perfección que el proletario, que durante su lucha contra el caballero todavía era insignificante y débil, puede fortalecerse y hasta va fortaleciéndose de día en día. Presiente sin lugar a dudas que cuando se robustezca por completo le barrerá del lugar que ocupa, igual que él hizo antaño con el caballero... ¿Qué problema de derecho se presenta aquí? No hay más que una cuestión de historia".

Entre los actuales dirigentes del socialismo, hay algunos que se plantean moralmente el problema y "predican el derecho moral de los pobres"[24]. "Entre estos jefes morales abundan los intrigantes, mas también hay muchos que creen fervientemente. Declaran sin rodeos que no quieren nada para sí mismos, que actúan con el sólo fin de favorecer a la humanidad y que aspiran a implantar un nuevo orden de cosas para la felicidad del género humano".

Pero es notable que el humanitarismo de estos hombres se alía monstruosamente con el crimen, puesto que excluyen de la humanidad a los burgueses y condenan al patíbulo "cien millones de cabezas".

"No consideran a los burgueses capaces de convertirse en hermanos del pueblo y por tal razón arremeten contra ellos, excluyéndolos de toda hermandad. La hermandad se constituirá después a base de proletarios; vosotros en cambio sois cien millones de cabezas condenadas al patíbulo, eso y nada más. Vuestra suerte está echada para bien de la humanidad".

Otros dirigentes socialistas prescinden de toda consideración moral del problema y "declaran sin ambages que no necesitan hermandad alguna, que el cristianismo es puro delirio". Según ellos, la nueva humanidad se basará "sobre cimientos científicos".

Esta solución científica del problema levanta serias objeciones y es discutida por muchos con sobra de razón. Arguyen que "la sociedad basada en fundamentos científicos es pura fantasía, que se imaginan al hombre de manera muy distinta a como lo ha creado la naturaleza, que al hombre le resulta difícil y aun imposible renunciar al incondicional derecho a la propiedad, a la familia y a la libertad, que exigen al individuo del futuro demasiados sacrificios y que para mantenerle en semejantes condiciones se necesitaría imponerle una pavorosa violencia, someterlo a un terrible espionaje y al control permanente del más despótico de los poderes. Como conclusión exigen (estos objetantes) que se les muestre aquella fuerza que pueda aglutinar a los hombres del futuro en una sociedad de concordia y no de violencia".

A estos argumentos los dirigentes proletarios oponen que el propio hombre, "para salvarse de la destrucción y de la muerte, accederá voluntariamente a hacer las concesiones que se le piden". Pero sus adversarios replican que "la conveniencia y la autoconservación jamás son capaces de por sí de engendrar una comunión plena y concorde; que ninguna utilidad podría reemplazar al libre albedrío y los derechos del individuo; que los motivos allegados son fútiles sobremanera; y que por consiguiente todo sigue manteniéndose en el terreno de lo especulativo; que si ellos recurriesen tan sólo al aspecto moral de la cuestión, el proletario no les haría caso alguno, y que si ahora les sigue y se organiza con vistas a la batalla es únicamente porque le incita la promesa del saqueo y le enardece la perspectiva de la destrucción y de la lucha".

En resumen, la solución imaginada por el socialismo "científico" no es natural y por tanto deberá ser violenta, lo mismo que la solución del socialismo "moral". Concluyamos: "hay que eliminar por completo el aspecto moral de la cuestión" y sencillamente "lo que procede es prepararse para la batalla".

Pero anuncia D.: "tanto un bando como el otro carecen en absoluto de razón y ambos perecerán". Y avanza su propia tesis: "la única solución posible... radica en el planteamiento moral de la cuestión, es decir, en el planteamiento cristiano".

2. Después de la doble solución socialista al problema de Europa, expone D. la solución rusa del mismo, o sea, la solución cristiana, la solución de la ortodoxia rusa, que ha conservado la auténtica imagen y doctrina de Cristo.

Es una solución "moral", fundada en el amor libre. Ninguna imposición, ningún formalismo. Lo esencial no es repartir la hacienda o ponerse la blusa de mujik. "Todo ello sería pura letra y puro formalismo. Lo obligado y lo importante reside en vuestra decisión de hacerlo todo a impulsos de un amor activo. Y al decir todo, me refiero a todo cuanto podáis, a todo cuanto consideréis humanamente posible para vosotros".

Es necesaria una nueva exégesis (cristiana) de los conceptos de libertad igualdad y fraternidad. La libertad no es el libertinaje, sino "un estado moral en el que en todo momento uno es dueño de sí mismo". La igualdad y la fraternidad no son producto "de factores económicos, sino de la jubilosa plenitud de la vida y del amor".

Prevé D. que será tildado de utópico y soñador: "esta solución rusa del problema es el reino de los cielos..." De ningún modo, responde. Esta solución es mucho más realista que la solución violenta del socialismo. Si el hombre no es bueno, las normas y principios, por más científicos que se supongan, serán inoperantes y en tal caso la violencia se hace necesaria. "Aun si existieran normas y principios para edificar sin yerro alguno una sociedad y aunque fuera posible implantarlos antes de ponerlos en práctica, a priori, con la sola fuerza de los anhelos del corazón y de las cifras científicas (tomadas, dicho sea de paso, del antiguo régimen social), tened presente que con hombres sin preparar y sin transformar no se sostiene ni se realiza norma alguna, sino que todas las normas se convierten en una carga".

Lo primero es la transformación del corazón. D. confía en ese puñado de hombres justos, que aman la verdad por encima de todo. Ellos arrastrarán a los demás, "no por la violencia, sino libremente". "Tengo una fe ilimitada en nuestros hombres del futuro, que ya comienzan a darse en el presente...; que buscan en primer término la verdad y, si supieran dónde se encuentra, estarían dispuestos a sacrificarlo todo, incluso la vida, por alcanzarla. Creedme: si aciertan a dar con el camino justo, si acaban por encontrarlo, arrastrarán tras de sí a todos, y no por la violencia, sino libremente".

Texto 11: Diario de un escritor, marzo 1877

Un célebre verso de PÉGUY define el materialismo práctico de nuestro tiempo: "1'argent devenu maître à la place de Dieu". El mismo diagnóstico pronuncia D. en el presente texto (el contexto trata del "problema hebreo"). Hoy en día el valor supremo, "el principio supremo" es el dinero; todos los demás valores, empezando por el de la fraternidad, se sacrifican al dinero.

"No cabe duda que el hombre siempre ha hecho un ídolo del materialismo y ha sido propenso a interpretar la libertad como su seguridad propia, garantizada mediante el dinero, acumulado por los medios que fuese. Pero nunca se llegó al extremo de conceder a estos afanes de manera tan descarada y tan dogmática el rango de principio supremo, como se hace en este nuestro siglo diecinueve. "Cada cual para sí y sólo para sí, y todo trato con los demás hombres en provecho propio y nada más", es el precepto moral de la mayoría de los hombres de hoy, e incluso no el de la gente mala, sino el de los trabajadores que no roban ni matan. En cuanto a la crueldad para con la gente inferior, la pérdida de la fraternidad y la explotación de los pobres por los ricos han existido siempre; pero nunca se les dio categoría de razones supremas y de ciencias, antes bien fueron condenadas por el cristianismo, mientras que ahora se las erige en virtudes".

En un texto de enero de 1876, señalaba también D. esta difusión del materialismo entre el pueblo y su progresiva perversión por el culto al dinero.

"Ha penetrado en el pueblo una inaudita adulteración de las ideas con el omnipresente culto al materialismo. En el caso presente doy el nombre de materialismo a la adoración del dinero, al sometimiento al imperio de la bolsa del oro. Ha cundido entre la gente la idea de que la bolsa lo representa todo, de que encierra en sí el máximo poder y de que todo cuanto hasta ahora le enseñaron sus padres era pura bobada".

Piensa D. que el materialismo (el dinero como valor supremo) ha surgido en Europa como consecuencia del rechazo del espiritualismo cristiano (la verdad y el amor como valores supremos).

"Se avecina el triunfo total de unas ideas ante las que claudicarán los sentimientos de amor al prójimo, la sed de verdad, el sentido cristiano, nacional y hasta el orgullo de los pueblos europeos. Triunfa el materialismo, el ansia ciega y voluptuosa de lucro económico personal, el afán de acumular dinero por los medios que sea: en eso se cifra el fin supremo, lo racional, la libertad, en vez de cifrarlo en la idea cristiana de la salvación mediante la estrechísima y fraternal comunión espiritual de los hombres".

Texto 12: Diario de un escritor, mayo‑junio 1877

Las líneas generales de la interpretación de la historia en D. han ido apareciendo de modo fragmentario en algunos textos anteriores. Pero nunca D. había expuesto de manera tan completa y precisa el esquema de su filosofía de la historia como en el texto presente[25].

Traza D. la génesis y el progreso de "la idea de la unificación universal de los hombres". La idea nace en Roma.

"Fue la antigua Roma la primera en engendrar la idea de la unificación universal de los hombres y también la primera en pensar (y en confiar firmemente) en llevarla a la práctica bajo la forma de una monarquía universal".

Segunda etapa: la idea es asumida y transformada por el cristianismo, "por el nuevo ideal de la comunión universal en Cristo".

"Mas esta fórmula [romana] cayó ante el cristianismo. He dicho la fórmula, no la idea; pues ella misma es la que inspiró al hombre europeo y de ella surgió la civilización de Europa, que para ella sola vive. Esfumóse tan sólo la idea de la monarquía universal romana, sustituida por el nuevo ideal de la comunión universal en Cristo. Ideal que se dividió en dos: el de Oriente, el de la comunión espiritual completa de los hombres; y el del Occidente europeo, el católico romano, el papal, totalmente opuesto al de Oriente".

En el catolicismo occidental, junto al principio espiritual cristiano (que irá disipándose con el tiempo), perdura el principio romano del poder y la dominación universal.

"Esta encarnación occidental católico‑romana de la idea se consumó de manera peculiar, sin prescindir de su principio espiritual cristiano y compartiendo con él la herencia de la antigua Roma. El papado romano proclamó que el cristianismo y su idea eran irrealizables sin la dominación universal de las tierras y de los pueblos (no espiritual, sino estatal) o, dicho de otro modo, sin implantar en la tierra una nueva monarquía romana universal bajo la égida del Papa y no de un emperador romano. Así pues, se realizó una nueva tentativa de implantar una monarquía universal de pleno acuerdo con el espíritu del antiguo mundo romano, pero encarnada en una nueva forma".

De esta manera surgen dos interpretaciones del cristianismo: la del catolicismo occidental, que acaba traicionando a Cristo y busca la unión universal por el poder; y la de la ortodoxia oriental, que permanece fiel a Cristo y busca ante todo la comunión espiritual por el amor libre.

"De tal suerte, en el ideal de Oriente prevalecía la comunión espiritual de la humanidad en Cristo, y sólo después de ella y en virtud de ella habría de establecerse una comunión social y política justa, indudablemente derivada de la primera. Mientras que la interpretación romana postulaba precisamente lo contrario: ante todo una sólida unión estatal encarnada en la monarquía universal, y sólo después, si acaso, la comunión espiritual bajo la égida del Papa, como Soberano del mundo".

Tercera etapa: la revolución francesa. Francia es la encarnación del catolicismo occidental y en ella estalla la revolución de 1789, que rechaza el cristianismo, pero sigue fiel a la idea romana y católica, de la unificación universal por el poder.

"Este intento del mundo romano ha seguido avanzando y modificándose sin cesar. Conforme se desarrolló la tentativa, la parte más sustancial del principio cristiano llegó a perderse casi por completo. Tras de repudiar a la postre el cristianismo espiritualmente, los herederos del antiguo mundo romano acabaron por rechazar también al Papa. Estalló la espantosa revolución francesa, la cual en esencia no fue sino la última metamorfosis y la postrera reencarnación de la misma fórmula de unificación mundial de la antigua Roma".

Cuarta etapa: la revolución socialista y comunista. La revolución de 1789 aprovechó a muchos (los burgueses), pero no a todos (los proletarios no se beneficiaron). La revolución socialista no hace más que acabar y llevar a término la primera, extendiendo a todos el bienestar social en un plano de igualdad.

"Naturalmente aquel sector de la sociedad que conquistó para sí la supremacía política en 1789, es decir, la burguesía, proclamó triunfalmente que no convenía avanzar más. Pero todas las mentes que, por las leyes eternas de la naturaleza, están condenadas a la perenne intranquilidad, a la búsqueda de nuevos ideales y de una palabra nueva, necesarios aquéllos y ésta para la evolución del organismo humano, recurrieron a los humillados y preteridos, a todos los que no percibieron su parte en la nueva fórmula de comunión universal proclamada por la revolución francesa en 1789. Lanzaron a los cuatro vientos su nuevo lema, el de la unificación de los hombres, mas no para repartir la equidad y el derecho a la vida entre una cuarta parte de la humanidad, condenando a las tres restantes a seguir siendo materia prima y medio de explotación en favor de la cuarta parte privilegiada, sino al contrario la unificación total de los hombres sobre la base de una igualdad ya general, con participación de todos y de cada uno en el usufructo de los bienes de este mundo"[26].

La revolución socialista, aunque joven, tiene ya su pequeña historia. Empezó siendo teórica, moral, humanitaria y utópica (D. cita a FOURIER, CABET...[27]). Pero esta primera etapa ha sido ya superada. Actualmente el socialismo ha resuelto dejarse de teorías y pasar a la acción, para realizar la unificación total e igualitaria "por todos los procedimientos, es decir, prescindiendo de los medios de la civilización cristiana y sin arredrarse ante nada".

"La nueva y todavía quimérica fórmula del Occidente europeo, es decir, la reestructuración de la sociedad humana sobre nuevos principios sociales, fórmula que a lo largo de casi todo nuestro siglo fue proclamada tan sólo por los soñadores, por sus voceros científicos, por idealistas y fantaseadores de toda índole, sufre una metamorfosis súbita en los últimos años, modifica también el curso de su evolución y resuelve abandonar de momento las definiciones teóricas, restablecer su misión y proceder de inmediato, desterrando las utopías de todo género, a la realización práctica de su cometido, o sea, al comienzo directo de la lucha; y a tales fines decide colocar los cimientos de una sola organización de todos los futuros combatientes de la nueva idea, lo que equivale a decir del cuarto estado, del estamento humano al que se desdeñó en 1789, de todos los menesterosos, de todos los obreros, de todos los indigentes y, una vez creada la unidad, alzar la bandera de una nueva revolución mundial, desconocida hasta nuestros días. Así fue creada la Internacional: estableciéronse relaciones internacionales entre todos los pobres del mundo, celebráronse conferencias y congresos, se delinearon un orden y unas leyes nuevas. En resumidas cuentas, en toda 1a vieja Europa occidental se han echado los cimientos de un nuevo status in statu, al que se asigna la misión de absorber y barrer el antiguo orden de cosas que ha venido imperando en el extremo occidental del continente europeo".

Texto 13: Diario de un escritor, julio‑agosto 1877

En el número de febrero, se había ocupado D. elogiosamente de Ana Karénina, a propósito de la solución moral del problema social europeo. En este número de julio‑agosto, vuelve a ocuparse de la novela (cuya octava y última parte acababa de aparecer), para discrepar de las ideas pacifistas de TOLSTOY.

Pero hay un tema en que D. y TOLSTOY vuelven a encontrarse: el problema del mal moral. "En Ana Karénina se expone un criterio determinado respecto a la culpabilidad y a la delincuencia humanas. Sus personajes se desenvuelven en circunstancias anormales. El mal existe antes que ellos..." Esta profunda y cristiana concepción de TOLSTOY acerca del mal le da pie a D. para exponer sus propias ideas sobre el tema.

Según D., tres son en Europa los intentos de solución al problema del mal (moral) en el hombre. La primera teoría dice: la sociedad está anormalmente constituida, pero es necesario mantener el orden; por tanto el criminal debe ser castigado según la ley, por más inhumana que ésta sea.

"Primero: existe una ley escrita, formulada y concebida a lo largo de siglos; el bien y el mal están definidos y sopesados; sus proporciones y su nivel han sido históricamente determinados por los sabios de la humanidad, gracias a un estudio incansable del alma humana y a la más sutil labor de investigación sobre la capacidad unificadora del género humano mediante la convivencia. Se ordena prestar a este Código ciego acatamiento. Quien no lo acata, lo infringe, y ha de pagar su culpa con la libertad, con los bienes y con la vida, de una manera literal e inhumana. "Yo sé (dice su propia civilización) que esto es ciego, inhumano e imposible, ya que no cabe elaborar una fórmula definitiva para la humanidad en medio de su camino; pero como no hay otra solución, hemos de aferrarnos a lo escrito, y aferrarnos por cierto literal e inhumanamente, pues de no hacerlo así sería peor. Por lo demás, y pese a lo anormal y a lo absurdo de la estructura de eso que llamamos nuestra gran civilización europea, manténganse sanas e incólumes las energías del espíritu humano; que no decaiga en la sociedad la creencia de que avanza hacia la perfección; que no ose pensar que se ha oscurecido el ideal de lo bello y sublime, o que se adultera y tergiversa el concepto del bien y del mal, o que lo normal es suplantado a cada instante por lo convencional, o que la sencillez y la naturalidad están en trance de sucumbir, aplastadas bajo el peso de una mendicidad constantemente incrementada".

La segunda teoría parte del mismo supuesto ("la sociedad está anormalmente constituida"), pero llega a conclusiones distintas: "por tanto el delincuente es irresponsable". Lo que se impone es arrasar las estructuras anormales de la sociedad y comenzar otra vez con principios nuevos basados en la ciencia.

"La otra solución es la contraria: puesto que la sociedad está anormalmente constituida, no se ha de exigir responsabilidad a los individuos. Por tanto, el delincuente es irresponsable y el delito de momento no existe. Para acabar con el crimen y con la culpabilidad del hombre, hay que eliminar lo anómalo en la sociedad y en su estructura. Como la tarea de curar los males de hoy es larga y desesperada, no habiéndose encontrado por otra parte medio de realizarla, procedería destruir la sociedad entera y barrer el viejo orden como con una gigantesca escoba, para comenzar de nuevo sobre principios distintos que, aunque ignorados aún, no pueden ser peores que el antiguo régimen y por el contrario encierran en su seno muchas perspectivas de éxito. La máxima esperanza reside en la ciencia. Así pues, esa es la segunda solución: esperar el advenimiento del hormiguero del futuro y mientras tanto inundar de sangre el mundo. La Europa occidental no concibe otras soluciones sobre la culpabilidad y la delincuencia humanas".

La tercera teoría (de TOLSTOY y de D.) es la cristiana, que pone el origen del mal en raíces más profundas; no en la sociedad, sino en el hombre: "el crimen dimana del hombre mismo". Y afirma en consecuencia que ni la ciencia ni la revolución podrán nunca erradicar el mal de la sociedad. Que no existe la solución definitiva, ni la sociedad perfecta, ni el paraíso en la tierra.

"En cambio, el criterio del autor ruso [TOLSTOY] sobre ambas materias pone de relieve que ni el hormiguero, ni el triunfo del cuarto estado, ni la eliminación de la pobreza, ni la reorganización del trabajo librarán a la humanidad de las anormalidades y por consiguiente de la culpabilidad o de la delincuencia... Resulta claro y comprensible hasta la evidencia que los males de la humanidad son mucho más profundos de lo que suponen los redentores socialistas, que ninguna reestructuración de la sociedad conseguirá extirparlos, que el alma humana permanecerá inalterable, que la anomalía y el pecado dimanan de ella misma y, por último, que las leyes del espíritu del hombre son todavía tan ignotas y tan enigmáticas para la ciencia, tan imprecisas y tan misteriosas, que no hay médico que las cure ni jueces capaces de dictar una sentencia definitiva, si ya no es Aquel que dice: "A mí me corresponde castigar y castigaré". Sólo El conoce todo el misterio del mundo y el destino final del hombre... El juez humano debe saber que su fallo no es definitivo, que él mismo es un pecador, que la balanza y las pesas en sus manos constituirán un absurdo si él mismo no se inclina ante la ley de un misterio todavía indescifrable y si no recurre a la única solución, representada por la caridad y el amor".

En este texto hallamos complementos y precisiones a tres temas ya conocidos.

En primer lugar, D. aporta una aclaración a la teoría de la historia expuesta en el número de mayo‑junio. El socialismo no solamente sucede al catolicismo en Francia, sino que es causado por él. El catolicismo ha desfigurado la imagen de Cristo y ha sido la causa de que los hombres busquen la salvación "al margen de Dios y de Cristo".

"El catolicismo romano, que desde hace tiempo ha vendido a Cristo por los bienes terrenales, obligando a la humanidad a volverle la espalda y constituyendo así la causa principal del incremento del materialismo y del ateísmo en Europa, ha dado lugar, por ley natural, al nacimiento del socialismo, pues este se impone la tarea de solucionar los destinos de la humanidad, no en el seno de Cristo, sino al margen de Cristo y de Dios, y había de surgir en Europa por ley natural para reemplazar en ella el principio cristiano en decadencia, a medida que dicho principio iba siendo adulterado y preterido por la propia Iglesia católica".

Un poco más adelante, D. concreta más su acusación. La Iglesia católica es culpable de haber sustituido el verdadero cristianismo del amor y de la libertad por un falso cristianismo del temor, que condena al hombre al "hormiguero".

"[El catolicismo] vendió a Jesús por los bienes terrenales, defendiendo los derechos de la Inquisición, que torturaba a los hombres de libre conciencia en nombre del Cristo amante, del Cristo que sólo apreciaba a quienes le seguían por su voluntad, nunca a los sobornados o a los poseídos del temor. El catolicismo desde tiempos inmemoriales ha limitado la causa de Cristo a la preocupación por sus bienes terrenales y por el futuro dominio político del mundo entero. Cuando la humanidad católica volvió la espalda a la monstruosa imagen que le presentaron de Cristo, al cabo de varios siglos de protestas, de reformas, etc., surgieron, a principios del presente siglo, las tentativas de arreglarlo todo al margen de Dios y de Cristo"[28].

En segundo lugar, D. describe sucintamente las dos soluciones sociales que ha hallado el hombre "al margen de Dios y de Cristo". La primera es el hormiguero, la torre de Babel, planificada por la ciencia.

"Faltos del instinto de la abeja o de la hormiga, que construyen con precisión y sin error alguno sus colmenas y sus hormigueros, los hombres pretendieron crear algo por el estilo de un infalible hormiguero humano. Repudiaron la única fórmula de salvación, procedente de Dios y anunciada al hombre por medio de la revelación: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, reemplazándola por aforismos prácticos del estilo de Chacun pour soi et Dieu pour tous, o por axiomas científicos como el de la lucha por la existencia. Carentes del instinto de los animales, que les permite existir y estructurar su vida sin error alguno, los hombres, orgullosos, se confiaron a la ciencia, olvidando que ésta se hallaba todavía en pañales para realizar una empresa como la creación de la sociedad. Surgieron quimeras. La torre de Babel del futuro se convirtió en un ideal y por otra parte en la pesadilla de la humanidad entera".

La segunda solución es la violencia pura y simple, la revancha de los desposeídos, la teoría de la catástrofe previa, la anarquía suicida.

"Pero a poco tardar, tras los sueños de los idealistas, aparecieron ya otras doctrinas simples y accesibles a todas las mentes, como por ejemplo: Saquear a los ricos, ensangrentar el mundo, y luego todo se arreglará de nuevo por sí sólo y de algún modo. Finalmente hubo quien llegó más allá que estos preceptores: se creó la doctrina de la anarquía, tras de la cual, si alguna vez llegara a realizarse, sobrevendría un nuevo período de antropofagia y el hombre tendría que comenzar de nuevo como hace diez mil años".

En tercer lugar, renueva D. su profecía de que el catolicismo, para no perecer, buscará en el pueblo y en el socialismo el poder que ya no encuentra en los reyes y poderosos.

"Ahora recurrirá al pueblo, pues a nadie más puede acudir en busca de apoyo. Y se dirigirá precisamente a los cabecillas del elemento más diligente y más ardoroso del pueblo: a los socialistas. Dirá a las masas que todo cuanto les han predicado los socialistas lo propugnó Cristo. Adulterará una vez más las enseñanzas de Jesús, y volverá a venderlo como lo vendió tantas veces por los bienes terrenales... El catolicismo se resiste a sucumbir; la revolución social y un nuevo período social en Europa son también indiscutibles. Las dos fuerzas deberán llegar a un acuerdo indudablemente y las dos tendencias se unirán"[29].

Texto 15: Diario de un escritor, agosto 1880

Con el número de diciembre de 1877 interrumpe D. la publicación del Diario de un escritor, para dedicarse a escribir Los hermanos Karamázof. En agosto de 1880, casi terminada la novela, reanuda la publicación de la revista con un número único, en el que anuncia que a partir de enero de 1881 el Diario volverá a aparecer regularmente. La muerte iba a impedírselo.

El número está dedicado íntegramente al famoso discurso sobre PUSHKIN (que D. pronunció el 8 de junio), cuyo texto publica. Pero más importante, para nuestro tema, que el discurso mismo, es la respuesta de DOSTOYEVSKY a las críticas que hizo al discurso el profesor GRADOVSKY.

Este crítico afirmaba que el pueblo ruso, para instruirse, "ha de recibir irremediablemente su ilustración bebiendo en las fuentes europeas a causa de la total ausencia de fuentes rusas". D. lo niega rotundamente: "Yo sostengo que nuestro pueblo se ilustró hace mucho al comulgar con la doctrina de Cristo". La conoce, se ha empapado de ella a través de la liturgia (hay oraciones que "compendian toda la esencia del cristianismo") y de las vidas de los santos.

"El tema es trascendental; requiere que se le trate especialmente y con detenimiento, y yo lo trataré mientras pueda sostener la pluma, aunque de momento voy a exponer mi criterio tan sólo respecto a la tesis principal: supuesto que nuestro pueblo se ilustró hace tiempo al comulgar con Cristo y con su doctrina, no cabe duda que, al mismo tiempo que le acogía a El, adoptó la ilustración auténtica".

No afirma D. que esta ilustración fundamental del pueblo que es la doctrina de Cristo supla todo otro conocimiento y le dispense de la adquisición de la cultura. Deberán enseñarse al pueblo "las ciencias de Occidente"; sería "hasta indecoroso" ponerlo en duda[30].

Tampoco afirma D. que el pueblo ruso sea un dechado de virtudes. Reconoce que con mucha frecuencia "es pecador y grosero". Pero el pueblo ruso no justifica su pecado, no lo excusa, lo confiesa como tal y, aún en el pecado, sigue conservando clara la imagen del ideal que es Cristo.

"Pero en fin pasemos por que en nuestro pueblo imperen la bestialidad y el pecado; ahora bien, existe algo indiscutible: que por lo menos (y no sólo en teoría, sino en la realidad más patente), nuestro pueblo en su conjunto nunca ha tenido por razonables sus vicios, ni los tendrá, ni pretenderá nunca tenerlos. Podrá pecar, pero tarde o temprano declara: He faltado. Si no lo proclama el propio autor de la falta, otro lo proclamará por él y la verdad queda en pie. El pecado es la pestilencia y esta pestilencia pasará cuando brille el sol en todo su esplendor. Es cosa efímera, mientras que Cristo es eterno. El pueblo peca y comete indignidades a diario, pero en sus instantes más lúcidos, en los que dedica a Cristo, nunca se equivoca en la apreciación de la verdad. Lo que importa es saber en qué cifra su verdad, en qué la encuadra, cómo se la imagina, qué constituye su más caro deseo, qué es lo que ama, qué pide a Dios y qué deplora en sus oraciones. El ideal popular es Cristo".

Y D. termina exigiendo: "decidme los nombres de vuestros santos, con los que pensáis sustituir a Cristo".

La solución válida del problema europeo, según D., es la solución cristiana, es decir, la persona y la doctrina de Cristo, cuya verdad ha sabido guardar la ortodoxia. La idea secular de la unificación universal de los hombres sólo el pueblo ruso es capaz de realizarla, porque sólo él ha conservado el auténtico espíritu cristiano, que no es un espíritu de violencia sino de amor y de libertad.

D. lo afirma y sostiene con tanta fuerza y convencimiento, porque conoce de cerca al pueblo ruso. "Eso lo juro yo como testigo, pues le he visto de cerca, le conozco, he convivido largo tiempo con él, he comido en su mismo plato, he dormido en su mismo camastro, he sido considerado un malhechor y se me han encallecido las manos trabajando con él. Mientras que otros, "que se lavaban las manos en sangre", dándoselas de liberales y mofándose del pueblo, dictaminaban en conferencias y folletones periodísticos que nuestro pueblo era "imagen y semejanza de una bestia". ¡No me vengáis con que desconozco al pueblo! Lo conozco y gracias a él volví a dar albergue en mi alma a Cristo, a quien conocí de niño en el hogar paterno, y cuya imagen había perdido cuando me convertí en un liberal europeo"[31].

Texto 16: Diario de un escritor, agosto 1880

1. En primer lugar, resurge en este texto[32] el tema, ya tratado anteriormente, de la primacía de la reforma moral. ¿Qué es primero, tener estructuras sociales ("la institución") perfectas, o tener "una gran idea moral", es decir, un ideal de auténtica perfección humana y social? Para D., sin lugar a dudas, la solución moral es primera y condición de la solución institucional.

"La gran idea moral es vigorosa precisamente porque aglutina a los hombres en una estrechísima alianza, porque su magnitud no se mide por la utilidad inmediata y porque acelera el futuro de la humanidad conduciéndola a fines eternos, a la felicidad absoluta. ¿Cómo va usted a unir a los hombres con vistas a la consecución de los objetivos cívicos por usted señalados, si le falta una base para la magna idea moral originaria? Las ideas morales son únicas: todas ellas se fundan en el absoluto autoperfeccionamiento futuro, en el ideal, pues este perfeccionamiento encierra todos los afanes y todas las ansias y, en consecuencia, de él se derivan todos los ideales cívicos de usted. Pruebe a unir a los hombres en otra sociedad sin otro propósito que el de salvar el pellejo. No obtendrá otro resultado que la fórmula moral: chacun pour soi et Dieu pour tous. Asentándose sobre semejante base, no habrá institución ciudadana que dure mucho, señor GRADOVSKY".

La institución, añade D., nunca ha existido con realidad separada e independiente. El hombre no conoce la fórmula de la estructura perfecta de la sociedad.

"Voy a ir más lejos y me dispongo a asombrarle a usted: sepa, erudito profesor, que las ideas cívicas sociales, desvinculadas orgánicamente de las morales y existentes de por sí (como mitad aparte, separada del todo por su docto bisturí), o cogidas fuera y trasplantadas con éxito a cualquier nuevo lugar en la forma de una institución aislada; semejantes ideas, afirmo yo, constituyen un mito, no han existido jamás ni pueden existir... Los hombres desconocen la fórmula (de la estructura social lo más acertada posible y que satisfaga a todos); llevan buscándola los seis mil años de su existencia histórica, sin que hasta ahora la hayan encontrado. La hormiga sabe la fórmula para construir su hormiguero, y la abeja la que le permite fabricar su colmena. Aunque no a la manera humana, la conocen a su modo y con ello les basta y les sobra. Pero el hombre ignora su fórmula".

La institución siempre ha nacido del ideal moral y el ideal moral siempre ha emanado de la fe religiosa.

"De dónde, pues, va a salir el ideal de la estructura cívica de la sociedad humana? Analizad el asunto históricamente y veréis en seguida de dónde emana; veréis que constituye tan sólo un producto del autoperfeccionamiento moral de los individuos... En el origen de los pueblos, la idea moral ha precedido siempre al nacimiento de la nacionalidad, pues ha sido aquélla la que ha creado a ésta. La idea moral ha surgido siempre de ideas místicas, del convencimiento de que el hombre es eterno, de que no es un simple animal terreno, sino que está vinculado con otros mundos y con la eternidad. Estas creencias plasmaron siempre y por doquier en un credo religioso, en la profesión de una nueva idea, y en todos los casos, al nacer una nueva religión, traía consigo el surgimiento de una nueva nacionalidad cívica. Fijaos en los hebreos y en los musulmanes...

    El carácter de las instituciones cívicas de cualquier pueblo ha correspondido siempre al de su religión. En consecuencia, los ideales cívicos han estado siempre directa y orgánicamente vinculados a las ideas morales y, lo que es más importante, sólo de ellas dimanan. Jamás surgen de por sí, ya que al nacer no tienen otra misión que la de satisfacer las aspiraciones morales de la nacionalidad en cuestión, en la medida en que dichas aspiraciones se hayan concretado. De donde se sigue que el autoperfeccionamiento en el espíritu religioso constituye la base de todo en la existencia de los pueblos, ya que representa la profesión de la f e heredada, mientras que los ideales cívicos de por sí, sin ese afán de perfección, nunca nacen ni pueden nacer".

Siempre que falta la idea moral‑religiosa, el único factor posible de unión social es la idea, esencialmente egoísta e individualista, de "salvar el pellejo".

"La burguesía francesa se unifica hoy precisamente con el propósito de salvar e1 pellejo frente al cuarto estado, que llama a su puerta. Pero salvar el pellejo es la más impotente y la última de las ideas que aglutinan a los hombres; es el comienzo del fin, el presentimiento de la muerte. Los hombres se unen y, al mismo tiempo, aguzan el oído como para dispersarse ante el primer peligro que se presente".

Sólo "habiendo hermanos habrá hermandad", escribe lapidariamente D.. "No habiéndolos, ninguna institución será capaz de crearla". Sólo cabe entonces imponerla por la fuerza: la fraternité ou la mort.

 

"Qué sentido tiene montar una institución y ponerle el rótulo de Liberté, Egalité, Fraternité? Nada sacará usted en limpio, de suerte que será imprescindible e inevitable agregar a las tres palabrejas institucionales una cuarta: ou la mort. La fraternité ou la mort. Y los hermanos se lanzarán a romper la cabeza a sus hermanos para llegar a la fraternidad mediante una institución cívica".

2. En segundo lugar, frente a la idealizada visión que tiene de Europa el crítico GRADOVSKY, señala D. despiadada y certeramente los evidentes síntomas de desintegración de la civilización europea, consecuencia del abandono de los principios cristianos.

Primero, Europa no es más que un hormiguero; ha perdido los ideales absolutos y comunes que hacían de ella una sociedad y una comunión.

"El hormiguero construido en ella sin Iglesia y sin Cristo (pues la Iglesia, tergiversando su ideal, hace tiempo que se ha confundido por doquier con el Estado), el tal hormiguero, repito, con sus principios morales cuarteados hasta los cimientos, ya que han perdido todo lo común y todo lo absoluto, está completamente socavado".

Segundo, las estructuras mismas de la sociedad europea son antinaturales, porque son injustas; basadas no en el amor y la comunión, sino en el egoísmo.

"¿Cómo va a ser natural esta situación cuando lo antinatural sirvió de cimiento a aquellos países y ha ido acumulándose siglo tras siglo? No es lícito que una ínfima parte de la humanidad mantenga al resto en la esclavitud. Sin embargo con este exclusivo fin se han ido fundando hasta ahora todas las instituciones civiles (que han dejado de ser cristianas tiempo ha) de una Europa totalmente pagana en la actualidad... ¿Quién que no sea un doctrinario abstracto, podría admitir la comedia de la unificación burguesa que hoy vemos en Europa como una fórmula normal de comunión humana sobre la tierra?"

Tercero, la revolución proletaria es inminente: "el cuarto estado avanza..., repudia los ideales antiguos y rechaza todas las leyes vigentes hasta ahora".

"¿Va a seguir esperando pacientemente, como hacía antes, y muriéndose de hambre? ¿Lo cree posible después del surgimiento del socialismo político, de la Internacional, de los congresos sociales y de la Comuna de París? No, las cosas seguirán un rumbo distinto: los proletarios caerán sobre Europa y todo lo anticuado se derrumbará a perpetuidad".

3. En tercer lugar, D. esboza por última vez, con más claridad que nunca, su interpretación de la historia y describe las transformaciones sucesivas de la idea secular de la unificación universal de los hombres.

En el principio, tenemos a la Iglesia cristiana, que ya casi en los primeros días después de Cristo "trató de encontrar su fórmula cívica, basada en la esperanza moral de la satisfacción del espíritu según los principios del autoperfeccionamiento. Constituidas las comunidades cristianas (las Iglesias), comenzó a crearse una nueva nacionalidad, desconocida hasta entonces, fraterna, panhumana, en la forma de una Iglesia común y universal".

También en el principio tenemos una segunda "fórmula social", la del imperio romano:

"Un edificio colosal, un hormiguero enorme, el antiguo imperio romano, que también representó una especie de ideal y de desahogo para los anhelos espirituales de todo el mundo de la antigüedad. Surgió el hombre‑Dios; el Imperio plasmó como una idea religiosa que ofrecía una satisfacción a todas las aspiraciones morales del mundo antiguo".

Surgió la inevitable colisión "entre las dos ideas más contrapuestas que podían existir sobre la tierra: el hombre‑Dios se enfrentó con el Dios‑hombre, el Apolo de Belvedere, con Cristo"[33].

Se llega primero a una transacción provisoria: "el Imperio adoptó el cristianismo, y la Iglesia acató el derecho y el estado romanos".

Pero poco a poco la cristiandad se va escindiendo en dos mitades:

"En la mitad occidental, el Estado prevaleció por completo; la Iglesia, destruida, reencarnó ya definitivamente en el Estado. Apareció el Papado, continuación del Imperio romano de la antigüedad en una nueva versión".

En la mitad oriental, Rusia "recogió y enarboló como bandera la herencia de Cristo", pero no ha podido todavía (debido a su calamitosa historia) plasmar "realmente en sí una auténtica fórmula social basada en el espíritu de amor y del autoperfeccionamiento cristianos". Pero D. está convencido de que "mientras nuestro pueblo sea portador de Cristo, sólo en Él cabe confiar".

Texto 17: Diario de un escritor, mero 1881

La última palabra (póstuma[34]) de D. es "el socialismo ruso", en una página que está exactamente en su sitio, al final de toda su obra, rematándola y desvelando su sentido, como un testamento espiritual.

Al final del discurso sobre PUSHKIN, declaraba D. que el ruso es un "hombre universal" (vsechelovek). En el alma hay "un anhelo de vital reunificación, de unidad de todo el género humano".

"Sí, la misión de los rusos es sin duda paneuropea y universal. Ser un ruso genuino, un ruso integral significa necesariamente... convertirse en hermano de todos los hombres, transformándose en un hombre universal, si así lo preferís... Nuestra misión es precisamente el universalismo, una universalidad no conquistada por la espada, sino con la fuerza de la hermandad y de nuestro fraternal anhelo de reunificación de los hombres... Ser un ruso auténtico significa afanarse por eliminar definitivamente las contradicciones europeas, postulando su conciliación; indicar una solución a la nostalgia de Europa mostrando el alma rusa, universal y unificadora; albergar en ella con afecto fraternal a todos nuestros hermanos y, en resumidas cuentas, puede que hasta pronunciar la palabra definitiva de la magna y general armonía, de la fraterna y perpetua concordia de todas las naciones, asentada en la ley evangélica de Cristo".

Las últimas palabras ("la ley evangélica de Cristo") señalan la fuente y el origen del espíritu de "fraternidad universal" que, según D., anida en el alma del pueblo ruso: el pueblo ruso es un pueblo "universal" porque es un pueblo cristiano.

En el número de enero, D. especifica más su pensamiento. En primer lugar, renueva una antigua afirmación suya: que el pueblo ruso no tiene más idea ni más ideal que la persona y la doctrina de Cristo.

"Aquí repito unas viejísimas palabras mías: el pueblo ruso es ortodoxo en su inmensa mayoría y vive compenetrado plenamente con la idea ortodoxa, aunque no la conozca nítida y científicamente. En esencia, nuestro pueblo no tiene más "idea" que ésta y todo dimana de ella; por lo menos así lo desea la gente; lo desea de todo corazón y con la más profunda de sus convicciones. Aspira a que todo cuanto posee y todo cuanto se le dé parta de esta sola idea. Y todo ello pese a que, por absurdo que parezca, muchos actos del pueblo están en franca discordancia con esta idea, pues son abominables, repugnantes, criminales, bárbaros y pecaminosos. Pero hasta el delincuente y el bárbaro, aunque pequen, rezan a Dios en los momentos supremos de su vida espiritual, para que cesen sus vicios y sus lacras, y para que todo vuelva a dimanar de su idea predilecta".

A continuación, expone D. su idea del "socialismo ruso"[35]. El "socialismo ruso" es sencillamente un "socialismo cristiano", es decir, "una comunión general y fraterna en nombre de Cristo". D. no ve otro socialismo humano posible. Un socialismo no cristiano será en definitiva un socialismo no humano. Esta es la última y solemne palabra de D.:

"Se equivocan de medio a medio quienes niegan el arraigo de la Iglesia en el pueblo ruso. No me refiero ahora a los templos o al clero, sino a nuestro socialismo (por raro que parezca escojo este vocablo, totalmente opuesto a la Iglesia, para explicar mi pensamiento), cuyo propósito y objetivo es una Iglesia popular y ecuménica, instaurada en la tierra en la medida en que la tierra pueda darle cabida. Me refiero a la inextinguible sed, siempre inherente al pueblo ruso, de una comunión general, grande, popular y fraterna en nombre de Cristo. Si no se ha llegado ya a ella, si la Iglesia no se ha entronizado todavía plenamente (en la realidad y no sólo en las plegarias), no por ello dejan de existir en el corazón de nuestro pueblo, compuesto de tantos millones de almas, el instintivo afán de llegar a esta Iglesia y su infatigable ansia de lograrla, casi inconscientemente en algunos casos. No es en el comunismo ni en fórmulas mecánicas donde radica el socialismo del pueblo ruso: éste confía en que, a la postre, se salvará tan sólo mediante una radiante comunión en Cristo. ¡Ese es nuestro socialismo ruso!"[36]

 

III. ‑ LAS CONCLUSIONES

 

Las tres "ideas" más vivas y poderosas del mundo moderno (europeo), según D., son el catolicismo, el socialismo y la ortodoxia. El catolicismo es un cristianismo falso, el socialismo (en sus dos ramas, la científica y la anarquista) es ateo y anticristiano, la ortodoxia rusa es el verdadero cristianismo.

Si examinamos más de cerca la cuestión, descubriremos sin embargo que el pensamiento de D., en el fondo, no es triádico, sino dualista. En efecto, el socialismo ateo está muy cerca del catolicismo: por un lado, nace de él; por otro, es (o será) asumido por el Papa, que no quiere perder el poder. Así pues las dos fuerzas reales del mundo moderno son el socialismo ateo y el cristianismo verdadero de la ortodoxia.

La filosofía de la historia de D. es dualista y antitética. Frente a frente, en campos netamente deslindados están la fe y el ateísmo, Cristo y el Anticristo, la Iglesia (comunión de amor) y la Contraiglesia (hormiguero, torre de Babel, palacio de cristal).

Las ideas del Diario de un escritor son las mismas ideas de los Apuntes del subsuelo y de la Leyenda del Inquisidor, dos breves escritos situados, uno al principio (1864) y otro al final (1880) de la "vida nueva" de D., y que constituyen la clave de todo su pensamiento y de toda su obra desde 1860.

A continuación, intentaré resumir las tesis, el programa que D. atribuye a cada uno de los dos antagonistas.

1. El socialismo dice: el hombre sólo necesita pan, sólo quiere ser feliz. La ciencia convertirá las piedras en pan, satisfará todas las necesidades y hará felices a todos los hombres.

El cristianismo dice: no sólo de pan vive el hombre. Las necesidades del hombre son ante todo espirituales. "S'il n'y a pas vie spirituelle, idéal de beauté, 1'homme deviendra angoissé, il mourra, il perdra la raison, il se tuera..." El hombre no quiere ser feliz, no quiere la hartura y la satisfacción. El hombre prefiere la inquietud, la búsqueda, la tendencia y la tensión hacia la felicidad[37].

2. El socialismo dice: el hombre es por naturaleza bueno. Si de hecho es malo, se debe a que carece de pan. Liberemos a los hombres de sus necesidades materiales y serán buenos, fraternales. El hombre no es responsable de sus crímenes, porque en la miseria en que vive no puede dejar de cometerlos.

El cristianismo dice: el hombre es malo, el mal está en el corazón del hombre. El hombre es libre y, por tanto responsable[38]. El hombre es un ser que necesita ser perdonado y salvado. Y Cristo es el perdón y la salvación del hombre.

3. El socialismo dice: la unificación de los hombres será obra de la ciencia. La ciencia pensará y realizará la estructura social ideal, creará una sociedad perfecta en la que todos los hombres serán buenos y felices. Ahora bien, dado que la ciencia es infalible, la sociedad perfecta será obligatoria y se implantará por la fuerza[39].

El cristianismo dice: la unión universal de los hombres sólo puede ser obra del amor y de la libertad. La ciencia es incapaz de hallar la estructura perfecta de la sociedad. La ciencia sólo ha inventado el hormiguero. Hay un misterio en el hombre que siempre escapará a la razón analítica. Sólo la fe religiosa y el ideal moral pueden fundar una sociedad que sea de verdad humana.

4. El socialismo dice: el amor al prójimo es posible y natural. Una vez liberado de su miseria económica, única razón de sus crímenes, el hombre dejará de ser egoísta, se volverá fraternal.

El cristianismo dice: el amor al prójimo no es natural, sino sobrenatural. El amor al prójimo es imposible sin Cristo. "La mission historique de 1'ecrivain russe consistait à avouer la faillite de 1'humanitarisme et la condamnation du mensonge religieux qu'il contenait... On ne peut aimer son prochain qu'en le Christ et la fraternité humaine n'est possible que sur une base chrétienne"[40].

En resumen: el socialismo piensa que el hombre es pequeño; el cristianismo piensa que el hombre es grande. El socialismo (ateo) no es humano porque no es cristiano. Sin Cristo el hombre se pierde, sólo con Cristo se salva. Esta es la profesión de fe de D. y su mensaje esencial.

Todo lo demás es secundario en la obra de D.. Es secundario que se equivoque al identificar el catolicismo con el Anticristo (D. rechaza el catolicismo porque cree que no es cristiano). Es secundario que se equivoque en su visión mesiánica de la ortodoxia rusa (D. espera en el pueblo ruso porque lo cree cristiano). El mensaje de D. es: sólo en Cristo está la salvación del hombre y de la sociedad. "En Occident on a perdu le Christ (par la faute du catholicisme) et c'est pourquoi 1'Occident est en décadence, uniquement par cela", escribe en 1871[41]. Y en 1873: "Cuando la razón humana da de lado a Cristo, puede llegar a los resultados más sorprendentes. Es un axioma"[42].

Mayo 2001

 

[1] Tomo los datos referentes a El Ciudadano y al Diario de un Escritor de la obra de C. MOCHULSKI, Dostoievski. L'homme et l'eouvre (Paris 1963).

[2] Utilizo, para el Diario de un Escritor, la traducción de las Obras completas (nueve tomos), publicada por la Editorial Vergara. El Diario se contiene en los volúmenes VIII y IX y ha sido traducido por LUIS ABOLLADO. Para las restantes obras, cito la traducción de C. ASSENS, en las Obras completas, de la Editorial Aquilar.

[3] "Cuando conocí a Bielinsky, de eso hace ya unos quince años, recuerdo con qué veneración, que llegaba incluso a términos extraños, todo aquel círculo admiraba a Occidente, sobre todo a Francia. En aquellos tiempos (corría el año 1846), Francia estaba de moda. Y no se limitaban a venerar nombres como el de George Sand, Proudhon y otos, o a respertar el de Louis Blanc, Ledru-Rollin, etc. No, incluso las más simples insignificancias, los apellidos más oscuros que defraudaban por completo en cuanto llegaba la hora de la verdad, hasta ellos eran altamente considerados. También de ellos se esperaban grandiosos servicios a la causa de la humanidad. Algunos de estos nombres se pronunciaban con un susurro de especial veneración..."  Notas de invierno sobre impresiones de verano, en Tiempo, febrero 1863.

[4] "Debajo de su almohada [Raskólnikov] tenía el Evangelio". Crimen y castigo. Epílogo.

[5] Cf. el pasaje paralelo de Memorias de la casa muerta, cap. VI.

[6] "Le Journal d'un écrivain de 1873 est un acte de contrition publique, sans exemple dans l'histoire de la vie morale russe". C. MOCHULSKI, O.C., p. 100.

[7] "Nuestra desgracia consiste en que se puede realizar una vileza descarada e indiscutible sin considerarse uno mismo un canalla y casi sin serlo en ocasiones".

[8] La generosidad  de los jóvenes los convierte en presa fácil de los Nechaev: "Son muy listos y han estudiado precisamente el aspecto noble del alma del hombre, y más a menudo del alma juvenil, para saber jugar con ella como quien toca un instrumento musical".

[9] Crimen  y castigo. Epílogo.

[10] En las Memorias de la casa muerta (cap. 16), D. evoca los recuerdos de su infancia religiosa.

[11] Cit. por MOCHULSKY, o. c., p. 125. La carta va dirigida a la señora VON WIZIN (mujer del decembrista VON WIZIN), que visitó a los deportados en Tobolsk y de quien recibió D. el Evangelio que leyó en presidio y conservó toda su vida.

[12] Crimen y castigo. Epílogo. Comenta MOCHULSKY, o.c., 127: "Si l'épiloque de Crime et châtiment a une valeur autobiographique, l'origine devient comprensible de l'idée, chère à D., du Christ-palladium du peuple".

[13] Diario, agosto 1880. Hablando de HERZEN y los emigrados rusos escribía en 1873: "Al apartarse del pueblo, perdieron naturalmente a Dios" (n. 1 de El Ciudadano).

[14] En el Diario (mayo-junio 1877), insiste D. en su profecía: "Tengo por seguro que el presente siglo terminará en la vieja Europa con algo colosal, que quizá no sea exactamente similar a los acontecimientos de fines del siglo XVIII, pero sí tan gigantesco, tan imprevisto y tan pavoroso como aquellos, y que modificará asimismo la faz del mundo o al menos la de la vieja Europa occidental".

[15] D. enjuicia, por tanto, negativamente la revolución de 1789 y ve en ella un abandono y rechazo de los valores cristianos; al revés, por ejemplo, de PEGUY o BERNANOS, que la ven, a pesar de todo, inspirada por aquellos valores.

[16] D. escribe indistintamente "socialismo" o "comunismo".

[17] En el n. 50 de El Ciudadano, D. distingue, en los socialistas de los años 40, el socialismo teórico del socialismo político y escribe: «el socialismo político no existía a la sazón en Europa». El socialismo político nació más tarde con un contenido puramente negativo y revanchista: «La revista de CONSIDÉRANT y los artículos y folletos de PROUDHON tendían a difundir entre aquellos obreros hambrientos y desposeídos un profundo desprecio por el derecho a la herencia, entre otras cosas. No cabe duda que de todo ello (es decir, de la exasperación de los hambrientos, alentados por las teorías de la futura bienaventuranza) nació posteriormente el socialismo político, cuya esencia, pese a todas las declaraciones programáticas, consiste, de momento, en el deseo de que las clases menesterosas saqueen por doquier a todos los propietarios y que después venga lo que venga. (Aún no se ha decidido nada respecto a la sociedad que haya de sustituir a ésta en el futuro; lo único que se ha resuelto es que se hunda el presente. Esa es, hoy por hoy, toda la fórmula del socialismo político).

[18] "He oído acaloradas objeciones contra tal idea; se me ha replicado que la fe y la imagen de Cristo siguen alentando en los corazones de numerosos católicos con toda su verdad y su pureza antiguas. Así es evidentemente, pero la fuente principal se ha enturbiado y se ha emponzoñado irreversiblemente".

[19] Cit. por MOCHULSKY, o. c., p. 451.

[20] El esquema que propone D. en este texto puede inducir a error. Las fuerzas fundamentales que, según D., operan en Europa no son el catolicismo, el protestantismo y la ortodoxia, sino el catolicismo, el socialismo y la ortodoxia, como muestran abundantemente los textos. Del protestantismo alemán y de su significado en el mundo moderno sólo trata D. en este número de enero, en el de mayo‑junio del mismo año y, antes, en el n. 42 (1873) de El Ciudadano.

[21] "La vieja idea pagana remozada por el catolicismo, su intento de dominar al hombre en el mundo entero moral y materialmente..."

[22] “Incluso el socialismo se atenderá en ella [en Francia] al patrón católico, partiendo de la organización y de la solera católicas. ¡Hasta tal punto está saturado de catolicismo aquel país!"

[23] Cf. N. 42 de El Ciudadano.

[24] "Los dirigentes máximos dejan actuar a aquellos cabecillas con el solo objeto de embellecer y engalanar la obra, dándole un aspecto de suprema justicia".

[25] El contexto trata del "problema mundial alemán" y de "Alemania país protestante".

[26] Aristócratas, burgueses, pueblo, son las tres etapas de la revolución, según D. Cf. Diario, marzo 1876

[27] Cf. Diario, febrero 1877.

[28] Cf. en el mismo número: "...el catolicismo romano y un monstruo engendrado por él: el socialismo". Y más adelante: "El catolicismo ha sido su idea [de Francia] esencial y aglutinante. De ella y en su seno nació el socialismo".

[29] En el número de mayo‑junio había escrito D. en el mismo sentido: «No está descartado que el príncipe de Bismarck cale más hondo, que llegue a considerar el socialismo como la fuerza del futuro en todo el Occidente de Europa y a sospechar que si el Papado se sintiese alguna vez preterido y abandonado por los gobiernos de este mundo, podría lanzarse en brazos del socialismo y fundirse con él en un todo único. El Pontífice se presentaría descalzo y a pie ante los indigentes para decirles que todo cuanto les predican y cuanto ellos desean figura desde la antigüedad en el Evangelio; que hasta ahora no había llegado el momento de que lo supieran, pero que ahora ha llegado ya y él, el Papa pone a Cristo en manos de ellos y confía en el hormiguero humano. El catolicismo romano (es ya notorio) no necesita a Cristo, sino la dominación mundial. D. considera que el Papado católico ha hecho suya «la idea más grande del mundo, la idea que brotó de la cabeza del demonio cuando tentó a Cristo en el desierto...».

[30] Con esta ocasión, nuevo ataque a la Iglesia de Roma: "las ciencias no empañarán a Cristo en Rusia como lo han empañado en Occidente, donde (dicho sea de paso) no son las ciencias las que han enturbiado su efigie, sino que ha sido la propia Iglesia occidental la que ha adulterado la figura de Cristo, transformándose de una Iglesia en el Estado romano y resucitando el Imperio de Roma en el estamento papal. En efecto, en Occidente no hay ya cristianismo ni Iglesia, aunque existan todavía muchos cristianos, que jamás desaparecerán. En realidad, el catolicismo ha dejado de ser cristiano para convertirse en idolatría, mientras que el protestantismo avanza con pasos de gigante hacia el ateísmo y hacia un sistema moralista frágil, pasajero, voluble, mas nunca eterno".

[31] Diario, agosto 1880.

[32] MOCHULSKI, o. c., p. 538, resalta la importancia de estas páginas.

[33] "C'est cette formule fameuse qui couronne la philosophie de l'histoire chez D." MOCHULSKI, o. c., p. 539.

[34] D. muere el 28 de enero de 1881.

[35] Temía D. que la censura vetara estas ideas. Cf. MOCHULSKI, o. c., p. 541.

[36] Señalaré algunos textos paralelos. Diario, junio 1876: "Todo cuanto deseaban en Europa existía ya en Rusia hacía mucho tiempo, por lo menos embrionaria y potencialmente, sólo que no en el sentido revolucionario, sino en el que deben adoptar estas ideas de universal renovación humana: en la forma de la razón divina, en la de la verdad de Cristo, que alguna vez habría de imperar sobre la tierra y de la que era única depositaria la Iglesia ortodoxa". Diario, junio 1876: «La Rusia anterior a PEDRO EL GRANDE... comprendía que era portadora de un tesoro único en el mundo: la fe ortodoxa; que era depositaria de la verdad de Cristo, pero de la verdad auténtica, de la genuina imagen de Jesús, desvirtuada en todas las demás religiones y en todos los otros pueblos». Diario, julio‑agosto 1876: "La mayor de las naciones eslavas se impuso la obligación voluntaria de fundar la gran unión paneslava en nombre de la verdad de Cristo, lo que equivale a decir en nombre del amor y del servicio a la humanidad entera, en defensa de todos los débiles y oprimidos del mundo entero". Diario, septiembre 1876: "Fijaos en la ortodoxia: no es simplemente una cosa de iglesia y rito, sino un sentimiento vivo... En el cristianismo ruso no hay ni pizca de misticismo, sino que todo él se reduce al amor de la humanidad y a la pura imagen de Cristo". Diario, noviembre 1877: "La perdida imagen de Cristo se ha conservado en toda su pureza en la Iglesia ortodoxa. Desde el Este, pues, le llegará al mundo la nueva palabra que contrarrestará al socialismo y que acaso salve a la comunidad europea". Las mismas ideas aparecen ya en 1861, en la revista El tiempo, a propósito de PUSHKIN.

[37] D. ha penetrado como pocos el misterio de la antropología cristiana. Al hombre no le basta lo finito (la consecución del fin); tampoco le basta lo indefinido (la inútil persecución del fin); sólo le basta el infinito. ¡Sólo lo sobrehumano y divino es plenamente humano!

[38] "Al hacer al hombre responsable, el cristianismo reconoce su libertad". El Ciudadano, n. 2.

[39] Hay un segundo socialismo que propugna la violencia ciega y espera que del caos saldrá sin más el orden nuevo.

[40] MOTCHOULSKI, o. c., p. 473. Refiriéndose, en una carta, a la Commune de París, comenta: predican el paraíso y acaban arrasándolo todo a sangre y fuego (Ibid., p. 319). Cf. El Ciudadano, (n. 6, 1873): "¿No veis que amar a la Humanidad equivale a despreciar y a veces a odiar al hombre de carne y hueso que tenemos a nuestro lado?"

[41] Cit. por MOCHULSKI, o. c., p. 320.

[42] El Ciudadano, n. 50. En la revista El tiempo (febrero y marzo de 1863), publicó D. el relato de su primer viaje a Europa (verano de 1862), con el título Notas de invierno sobre impresiones de verano. En estas páginas, D. se plantea por primera vez el problema del socialismo, que es un problema de fraternidad. Y la fraternidad es un problema, porque es imposible, porque el Yo, el principio individualista, se opone al principio de la comunión. En abril de 1864, en una meditación que D. escribe para sí mismo velando el cadáver de su primera mujer, prosigue las reflexiones de las Notas... y llega a la conclusión de que sólo Cristo es el ideal del amor y de la comunión fraternal de los hombres.