EL HOMBRE DEL SUBSUELO CONTRA EL INQUISIDOR

LA DEFENSA DE LA LIBERTAD EN DOSTOYEVSKY

 

Joan Pegueroles, , S. I.

 

Apuntes del subsuelo y La leyenda del Inquisidor son
“deux oeuvres sublimes de la pensée et de l’art russes”.

C. MOCHULSKY

 

I.- LA LEYENDA DEL INQUISIDOR

 

I.Las tres tentaciones

 

Dostoyevsky tiene conciencia de haber logrado en la Leyenda la máxima expresión del ateísmo moderno. En unas páginas de su agenda escribe:

“Les salauds se moquaient de ma foi en Dieu, primaire et rétrograde. Ces crétins n'ont même pas pu rêver d'une négation de Dieu aussi puissante que celle que l'on trouve dans l'Inquisiteur et dans le chapitre précédent, et à laquelle tout le roman sert de réponse... Il n’y a pas eu, en Europe, des arguments athées d'une telle force”.[1]

Por su lado, un gran teólogo, H. URS VON BALTHASAR, piensa que Iván ha formulado, en la Leyenda, “el único argumento u objeción de peso contra el cristianismo”.[2]

En su forma externa, la Leyenda es un comentario al episodio evangélico de las tres tentaciones de Jesús en el desierto. La exégesis de D. es como sigue.[3]

En la primera tentación, el diablo promete el pan a cambio de la conciencia y la libertad. Pero Cristo no quiere privar al hombre de su libertad.

En la segunda tentación, el diablo impone la fe por el milagro, el misterio y la autoridad. Cristo en cambio prefiere una fe libre, sin dogmas, sin obligación.

En la tercera tentación, el diablo sale al paso de la necesidad de comunión universal que hay en el hombre, ofreciéndose como centro de adoración y de unificación. Cristo propone otra fraternidad, fundada en la verdadera adoración de Dios.

Cristo elige siempre la libertad: la libertad antes que el pan (o la felicidad); la fe libre, no impuesta; la comunión libre, no violenta. Cristo le da al hombre la libertad, porque espera de él un amor libre y no la sumisión del esclavo.

 

2.‑La triple alternativa

 

En un primer sentido, la Leyenda va dirigida contra la Iglesia católica.[4] Pero en su sentido más hondo es una repulsa de toda clase de “socialismo”, de todo “palacio de cristal”, tanto si es católico, como si es ateo. Escribe Berdiaev: “La enemistad de Dostoyevsky hacia el catolicismo y el socialismo se basa en su hostilidad a toda imposición de la armonía y el orden. El opone a estas doctrinas la absoluta libertad del alma humana”.[5]

La Leyenda, en el fondo, contrapone dos concepciones del hombre: la del diablo y la de Cristo. El diablo es el pseudo‑Cristo, el anti‑Cristo, y su plan de salvación es opuesto al de Cristo. El Inquisidor ha tomado partido por el diablo, “este poderoso e inteligente espíritu”. El mismo le dice a Cristo: “No estamos contigo, sino con él... ¿Por qué no le escuchaste [en el desierto]?”[6] Por tanto el sentido profundo de la Leyenda puede resumirse y formularse, siguiendo a Berdiaev, en tres alternativas, en las cuales cada uno de los dos términos expresa dos concepciones distintas y opuestas del hombre.

Primera alternativa: o la libertad o la felicidad

Cristo escoge para el hombre la libertad, aun a costa del sufrimiento. El Inquisidor escoge la felicidad, a cambio de la libertad. Puesta la libertad, el mal es posible. Por esto, para hacer imposible el mal, el Inquisidor elige la imposición del bien.

Segunda alternativa: o el amor o la compasión

Al escoger para el hombre la libertad y el sufrimiento, Cristo parece amar menos al hombre que el Inquisidor. Pero éste en realidad no ama al hombre, no puede amarlo, porque Io desprecia: “son débiles, viciosos, insignificantes y rebeldes”. Su amor no es más que compasión.[7]

La compasión declara al hombre irresponsable. Ahora bien, escribe Dostoyevsky, “en rendant l’homme responsable, le christianisme reconnaît en même temps sa liberté”.[8] Bernanos, en otro contexto, escribía lapidariamente: “Par la pitié [ils] les excluent de l’amour”.[9]

Tercera alternativa: o la selección o la masa

La salvación, la felicidad, ¿es para todos o sólo para unos pocos privilegiados, para los elegidos? Cristo ha puesto tan alta la salvación, que sólo unos pocos pueden alcanzarla. El Inquisidor en cambio quiere que todos sean felices.

Las tres alternativas no están propuestas como tres cuestiones sucesivas, sino que aparecen implicándose mutuamente, son tres maneras de plantear la misma pregunta.

La respuesta a la triple alternativa, por parte de Dostoyevski, creo que está clara, a lo largo de su obra. Tan sólo la última parece no tener respuesta clara en el escritor.

La acusación de aristocratismo hecha a la religión de Cristo está formulada con fuerza, la objeción queda clara. Lo que no queda clara es Ia respuesta. Yo al menos no la sé encontrar. La comunión de los santos, tan cara a Bernanos, en la que el hermano mayor, privilegiado de Dios, es responsable de sus hermanos menores, no la hallo en Dostoyevsky. Tampoco hallo la doble afirmación del mismo Bernanos: que el cristianismo es heroísmo, pero que este heroísmo es un don, una gracia, al alcance de todos.

En la obra de Dostoyevsky sólo hallo, como respuesta a la tercera alternativa, por un lado, el perdón universal, como en el discurso de Marmeladov, el cual, entre lágrimas de borracho, ve a Dios en el juicio perdonando a todos;[10]  o en la anécdota de la cebolla, que cuenta Grúschenka, en la que una pequeña acción buena compensa por todos los crímenes.[11] Por otro lado, cuando Dostoyevsky habla del infierno, por boca del starets Zósima, parece reservarlo sólo para los grandes soberbios, que “rehúsan el perdón de Dios”.[12]

 

3.‑Dos concepciones del hombre

 

En 1960 se publicó en Rusia el último tomo de la Correspondencia integral de Dostoyevsky, que comprende las cartas dirigidas por el novelista al Mensajero ruso (donde se publicaba Los hermanos K.), acompañando los envíos de original. En una de estas cartas, explica Dostoyevsky con toda la claridad deseada el sentido de la Leyenda.

“Le négateur contemporain, et l'un des plus féroces, se déclare carrément partisan des conseils du diable, et assure que, pour le bonheur des hommes, c'est plus sûr que le Christ. Pour notre socialisme russe, imbécile (mais effrayant parce qu’il a les jeunes avec lui) c'est une indication, et que je crois énergique: les pains, la tour de Babylone (c.‑à‑d.) le règne futur du socialisme et l’asservissement total de la liberté de conscience, voilà à quoi arrivent le négateur et l'athée absolu... Et mon socialiste [Iván K.] est un homme sincère; il avoue carrément partager l'avis du “grand inquisiteur” et que la foi au Christ a élevé l’homme bien plus haut qu'il ne le mérite. Ma question les accule au pied du mur: Vous, futurs sauveurs de l’humanité, la respectez‑vous ou la méprisez‑vous?”[13]

Así pues, la pregunta fundamental dirigida al socialismo ateo es: ¿respetáis al hombre o Io despreciáis? El Inquisidor Io desprecia o lo menosprecia: “el hombre es una criatura más débil y baja de Io que Tú imaginaste”. Para Cristo, en cambio, el hombre es grande, porque es libre, porque Ileva su destino en sus manos, porque es capaz de realizar en sí mismo el excelso modelo que Cristo ha revelado en su persona.

“Los mismos que reniegan del cristianismo y se sublevan contra él, en el fondo son imagen de ese mismo Cristo, también en ellos subsiste... Hasta ahora ni su sabiduría ni el fuego de su corazón han tenido fuerzas para crear otra más alta imagen del hombre y de su dignidad que el modelo trazado en otro tiempo por Cristo. Y los conatos que se han hecho, han resultado simples idioteces”.[14]

En una carta de 1876 (7 junio) ya aparece la primera tentación como la tentación fundamental, que el socialismo ateo plantea a Cristo. El diablo viene a decirle: Antes de pedirles a los hombres, hambrientos y oprimidos, que se abstengan de pecar, que sean humildes y castos, ¿no sería mejor alimentarlos primero? Sería más humano... Dales a todos el alimento, dales seguridad, dales un régimen social que garantice para siempre la paz y el orden y entonces -y solamente- entonces pídeles cuenta de sus pecados.

“Voilà le premier problème que le mauvais esprit avait posé au Christ. Avouez qu’il est difficile d'en avoir raison. Le socialisme actuel, en Europe et même chez nous, élimine partout le Christ, se soucie surtout du pain, fait appel à la science et affirme que tous les maux de l’humanité n’ont qu’une seule cause: la misère ... “

¿Qué responde Cristo? “No sólo de pan vive el hombre”, es decir,

“il répond par l’axiome des origines spirituelles de l’homme. L’idée du diable pouvait convenir seulement à l’homme‑brute. Quant au Christ, Il savait qu'on ne fait pas vivre l’homme uniquement par le pain. S’il n’y a pas en plus, vie spirituelle, idéal de beauté, l’homme tombera dans la mélancolie, mourra, perdra la raison, se tuera ou se lancera dans des fantaisies païennes”.[1€]

 

4.-Grandeza del hombre

 

De este modo la Leyenda, que quería ser una acusación, resulta ser en reaIidad una exaltación de Cristo. “Tu poema es un elogio a Jesús, y no una blasfemia...”,  le dice Aliosha a Iván. Y Urs von Balthasar, en una página magistral, escribe: “El único argumento u objeción de peso contra el cristianismo Io ha formulado Iván K. en su Inquisidor mayor. Pero Dostoyevsky, que le guía la pluma, Io ha transformado en una apología del Verbo callado. El cristianismo, dice el Inquisidor al Señor, es demasiado difícil para la humanidad. EI que la conoce tiene que hacer concesiones, empezar unos escalones más abajo. Esta objeción es un honor para la Palabra. Más aún, es un nuevo reto a la humanidad por la Palabra... Porque la humanidad no tolerará jamás saber que existe en medio de ella un programa de existencia que uno de sus hijos ha realizado, y luego en seguimiento suyo otros innumerables, y que, frente a él, ella tenga que capitular”.[16]

La misteriosa grandeza del hombre, ésta es la gran revelación cristiana. Si el hombre es grande, tiene razón Cristo. Si el hombre es pequeño, poca cosa, un simple animal evolucionado, entonces tiene razón el Anticristo.

Todos los males del hombre nacen de su grandeza, cuando esta grandeza olvida o niega su origen y su destino. “Amplio es el hombre, exclama Dmitri Karamázov, demasiado amplio. Yo lo hubiera hecho más angosto”[17].

 

II.- LOS APUNTES DEL SUBSUELO

 

En la obra de Dostoyevsky, hay un precedente (y antagonista) del Inquisidor: es el hombre del subsuelo (en la primera parte de los Apuntes del subsuelo, de 1864).[18]

El espíritu de esta obra lo expresa perfectamente una página del Doctor Zhivago, que seguramente es un eco de los Apuntes. “Admito que Vds. [los comunistas] son los faros y los liberadores de Rusia, que sin Vds. Rusia se habría acabado, hundiéndose en la miseria y la ignorancia. Pero Vds., me tienen sin cuidado, me cisco en Vds., no les tengo ninguna simpatía y por mí pueden irse al diantre. Los amos de sus pensamientos tienen la manía de los proverbios, pero olvidan el más importante y es que no se ama a la fuerza y han tomado la costumbre de liberar y hacer felices incluso a aquellos que ni quieren ser liberados ni les importa la felicidad”.[19]

 

1. La libertad absoluta

 

La tesis central de Apuntes del subsuelo es la misma que la de la Leyenda: no, a la felicidad, si es a costa de la libertad.[20]

El dirigente socialista[21] quiere hacer felices a los hombres. La ciencia sabe dónde está la felicidad humana. El dirigente socialista elabora entonces, con ayuda de la ciencia, una teoría para organizar la sociedad de tal manera que todos los hombres sean felices.

El hombre del subsuelo se rebela. No quiere una felicidad impuesta, rechaza “el palacio de cristal”. Arguye que la ciencia no conoce al hombre, no conoce el misterio del hombre. Que el hombre es una voluntad de libertad y una voluntad de mal inextricablemente implicadas. Que el hombre quiere ser libre. Que el hombre o es libre o no es hombre. Que el hombre ama el mal. Y que es falso que el hombre sea naturalmente bueno.

Éstas, creo, son las afirmaciones principales del impetuoso monólogo del hombre del subsuelo. Veamos los textos.

Primera tesis de los teóricos socialistas: el hombre obra mal porque no sabe; cuando le enseñemos cual es su verdadero bien (su “beneficio”), indefectiblemente será bueno. “Díganme, por favor, ¿quién fue el primero en decir que el hombre comete vilezas por no conocer sus verdaderos intereses; que si se le ilustra, si se le abren los ojos a sus verdaderos y normales intereses, el hombre dejará inmediatamente de cometer infamias y se hará en el acto bondadoso y noble, ya que al ser ilustrado y comprender su verdadero interés, verá que en el bien radica precisamente su propio beneficio?” (p. 186).

Falso, responde el hombre del subsuelo: “Pero ¿cuándo se ha visto, en primer lugar, durante todos estos milenios, que el individuo obrase tan sólo por su propio beneficio? ¿Qué hacer con los millones de hechos que demuestran cómo los hombres, a sabiendas, es decir, comprendiendo plenamente cuál es su verdadero beneficio, lo dejan de lado y siguen un camino nuevo al azar, a todo riesgo, sin estar obligados por nada ni por nadie; renuncian al camino señalado y se abren otro con obstinada tozudez, un camino difícil, absurdo, que buscan casi a tientas? Es indudable que esa obstinada tozudez, esa arbitrariedad les resulta más grata que toda clase de beneficios. ¡El beneficio! ¿Qué es el beneficio? Se comprometen acaso a definir con plena exactitud en qué consiste precisamente el beneficio del hombre? ¿No puede darse el caso de que, en algunas ocasiones el beneficio del hombre no sólo puede, sino que debe consistir precisamente en desear lo peor y no lo beneficioso? Y si esto es así, si este caso puede darse, toda la regla se va a paseo” (pp. 186-187).

Segunda tesis socialista: la ciencia le enseñará al hombre cuál es su verdadero bien. “El hombre está todavía muy lejos de haber aprendido a portarse tal como le dictan la razón y las ciencias. Sin embargo, están ustedes completamente convencidos de que aprenderá sin falta alguna cuando elimine definitivamente ciertos viejos y nefastos hábitos, cuando el sentido común y las ciencias reeduquen por completo y orienten normalmente la naturaleza humana. Ustedes aseguran que el hombre entonces dejará de equivocarse voluntariamente y no querrá, por decirlo así, divorciar su voluntad de sus intereses normales. Más aún, entonces, dicen ustedes, la propia ciencia enseñará al hombre... que en realidad carece de voluntad propia, de caprichos, y que jamás los ha tenido; que él es, ni más ni menos, la tecla de un piano o el tornillito de un órgano, y que además existen todavía en el mundo las leyes de la naturaleza. De modo que todo cuanto hace no responde ni mucho menos a su deseo, sino que se hace por si mismo según las leyes de la naturaleza”.

“Entonces... se establecerán nuevas relaciones económicas, ya preparadas y calculadas con exactitud matemática, de modo que en un instante desaparecerán los diversos problemas, por la simplicísima razón de que habrá para ellos toda clase de soluciones. Entonces se construirá un palacio de cristal...” (pp. 189-190).

Respuesta iracunda del hombre del subsuelo: “Bueno, señores, no les parece que debemos sacudimos de un golpe tanta sensatez, dándole una buena patada y reduciéndola a polvo con el único fin de enviar al diablo todos esos logaritmos y poder vivir según nos dé nuestra estúpida gana? El hombre, siempre y en todas partes, quienquiera que fuese, ha querido actuar como le diera la gana y no con arreglo a su razón y a su beneficio... Nuestro propio deseo, libre y arbitrario, nuestro propio capricho, por salvaje que sea, nuestra fantasía propia, exasperada a veces hasta la locura: este es el bien omitido, el beneficio más beneficioso, que no admite clasificación alguna y debido al cual se van constantemente al diablo todos los sistemas y todas las teorías. ¿De dónde habrán sacado esos sabihondos que el hombre necesita deseos normales y virtuosos? ¿Por qué se imaginan que el hombre ha de desear sin falta lo sensato y lo beneficioso? Lo único que el hombre necesita es desear las cosas por sí mismo, cueste lo que le cueste esa autonomía y sean cuales sean las consecuencias” (p. 191).

 

2. El deseo infinito

 

En una página de Los demonios, observará profundamente Dostoyevsky que hay en el hombre “l’inextingible désir de parvenir à une fin et, en même temps, la constante négation de cette fin”.[22]

 A su manera, cínica y burlona, el hombre del subsuelo está diciendo lo mismo: la negación del límite, el deseo infinito en el hombre.

“Al hombre le encanta crear y abrir caminos, esto es indiscutible; mas ¿por qué también le apasionan tanto la destrucción y el caos?... ¿No se deberá esta pasión por destruir­ y por el caos... a que teme instintivamente alcanzar la meta y terminar el edificio que está construyendo? ¿No puede suceder que el edificio le guste sólo desde lejos y no desde cerca, ni mucho menos? Quizá le guste tan sólo el proceso de su creación, pero no vivir en él; prefiere cedérselo después aux animaux domestiques, tales como hormigas, carneros, etc. Las hormigas, por ejemplo, tienen un gusto totalmente distinto. Poseen un edificio maravilloso en este género, indestructible por los siglos de los siglos: el hormiguero.”

“Supongamos que el hombre no se dedica a otra cosa que a buscar el dos por dos son cuatro; surca los océanos, pone en peligro su vida en esa búsqueda; pero encontrarlo, dar verdaderamente con ello le da incluso miedo, la verdad. Comprende que no bien lo encuentre, ya no podrá buscar nada más... Cuando alcanza una meta, se observa siempre en el hombre cierto embarazo. Le gusta perseguir un fin. El proceso en sí, pero alcanzarlo no acaba de convencerle, y esto naturalmente da mucha risa. En una palabra, el hombre está organizado de un modo cómico” (pp. 198-199).

 

3. La libertad cristiana

 

En Apuntes del subsuelo, tan como se publicó (censurado, con recortes), la libertad del hombre del subsuelo parece una libertad sin ley, anárquica, según “el capricho”. Y esto ha dado pie a que Shestov, entre otros, viera en este actitud prometeica y prenietzscheana el verdadero pensamiento de Dostoyevsky. Mostraré enseguida que no es así. Dostoyevsky pone en el ideal del hombre que es Cristo el fin y el modelo de la libertad.[23]

Ha escrito M. Doerne [24] que el hombre del subsuelo está más cerca de Sartre que de Kierkegaard. Es verdad. Este hombre inaugura la serie de ateos lúcidos, desesperadamente lógicos, dispuestos a sacar “todas las con­secuencias de una posición atea coherente”.[25] Si no hay Dios, no hay  hombre, viene a decir el hombre del subsuelo. El humanismo ateo, “el palacio de cris­tal”, no son más que utopías ilusorias.

Sí, el hombre del subsuelo es sartriano. Pero Dostoyevsky es kierkegaardiano. Es decir, el hombre del subsuelo está dentro de la crisis; en cambio Dostoyevsky, cuando escribe Apuntes del subsuelo, está ya fuera de la crisis, la ha superado. Este es un dato que nos ha revelado el epistolario de Dostoyevsky y que muchos comentaristas han pasado por alto. En una carta a su hermano Miguel, del 22 de marzo de 1864, refiriéndose a los cortes hechos por la censura en la primera parte de Apuntes del subsuelo,[26] escribe:

“¡Qué puercos son los censores! Los pasajes en que yo utilizaba un lenguaje injurioso contra todo y hacía alarde de blasfemias, los han dejado pasar; pero el pasaje en que yo deducía de todo ello la necesidad de creer en Cristo, lo han cortado”.[27]

Estas palabras, comenta E. H. Carr, prueban que la demostración de que el amor al mal es una característica fundamental del hombre, iba seguida en el texto original (que no ha llegado hasta nosotros) del argumento de “la necesidad de creer en Cristo”. En otras palabras, lejos de ser un grito de rebelión, el libro es una reivindicación de la ortodoxia religiosa frente a la ética materialista de Chernishevsky”.[28]

Al elegir la libertad frente a la imposición del bien, asumiendo el riesgo del mal, el hombre del subsuelo se sitúa al lado de Cristo y frente al Inquisidor. Escribe Berdiaev: “Reconociéndole [a Cristo], la libertad del hombre del subsuelo se convierte en la libertad de los hijos de Dios”.[29]

Dios, creador de la libertad del hombre, es también, en Cristo, el salvador de esta misma libertad.

25 desembre 1999

 

[1] Cit. por C. WILCZKOWSKI, en La légende du grand Inquisiteur (Paris, 1958), p. 68.

[2] Orbis catholicus 1 (1958) 13.

[3] Cito la Leyenda por la traducción de R. CANSINOS ASSENS, en F. M. DOSTOYEVSKY, Obras completas, (Madrid, 1946), Vol. II, Los hermanos Karamazof, parte II, libro V, capítulo V, pp. 1011-1024.

[4] Puede verse tratado este aspecto en la “Introduction”, de X. TILLIETTE, a La Légende du grand Inquisiteur, pp. 43-51.

[5] N. BERDIAEV, El credo de Dostoyevsky (Barcelona, 1951), p. 81.

[6] M. DOERNE ha estudiado expresamente el tema de los demonios y Satán en DOSTOYEVSKY, en su libro Gott und Mensch in Dostojewkijs Werk (Göttingen, 1962), pp. 70-85.

[7] Aunque es verdad que el Inquisidor, con cierta grandeza estoica, tiene conciencia de asumir, en favor de la humanidad, un duro destino. “Sólo nosotros, los que guardaremos el secreto, sólo nosotros seremos infelices. Habrá millones de seres felices y cien mil padecerán, porque habrán cargado con la ciencia del bien y del mal”.

[8] Texto de 1873, cit. por C.MOCHULSKY, en Dostoïevski. L’homme et l’œuvre (Paris, 1963), p. 397.

[9] Essais et écrits de combat (Paris, 1971), p. 699.

[10] Crimen y castigo, I, 2.

[11] Los hermanos K., III, 7, 3.

[12] Los hermanos K., II, 6, 3, i.

[13] Cit. por D. ARBAN, D. par lui-même (Paris, 1963), p. 171.

[14] Los hermanos K., II, 4, 1.

[15] Cit. por C. WILCZKOWSKI, o. c., pp. 101-103.

[16] Véase la nota 2.

[17] Los demonios, I, 3, 3. En una traducción francesa consultada: “L’homme est large, trop large. Moi, je le rétrécirais”.

[18] Citaré la traducción de L. KUPER DE VELASCO, en F. M. DOSTOYEVSKY, Obras completas, Vol. III (Barcelona, 1969), pp. 169-286.

[19] Parte XI, cap. 5.

[20] Me ciño a la primera parte de la obra, titulada El subsuelo.

[21] El “hombre extraordinario”, de Raskolnikov o de Shigalev o del Inquisidor.

[22] Texto de Los demonios, citado por P. EVDOKIMOV, Dostoievski et le problème du mal (Paris, 1978), p. 98.

[23] “Es lässt sich heute beweisen, dass Schestow und seine Parteigänger Dostojewski falsch gedeutet haben”. R. LAUTH, Die Philosophie Dostojewskis (München, 1950), p. 12.

[24] O. C., p. 21.

[25] J.-P. SARTRE, L’existencialisme est un humanisme (Paris, 1966), p. 94.

[26] El capítulo 10 es notablemente más corto que los demás.

[27] Citado por E. H. CARR, Dostoievski 1821-1881 (Barcelona, 1972), p. 112.

[28] O. C., p. 113.

[29] O. C., p. 84.