A. Layne y Harold Tarrant (eds.), The Neoplatonic Socrates, University of Pennsylvania Press, Filadelfia, 2014.

 

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Los estudios clásicos se han enfrentado siempre a dos cuestiones que, aunque separadas temporalmente por cinco siglos de historia y pensamiento, no dejan de estar intrínsecamente relacionas: ¿Quién era Homero? ¿Quién era Sócrates? Dos figuras que representan dos formas en ocasiones contrapuestas de entender la tradición griega y que han servido como punto de efervescencia para sendas filosofías. Hoy la identidad de Sócrates, así como su personalidad, es evocadora de idealismos filosóficos y sapienciales, pero la pregunta inicial, “¿Quién era Sócrates?”, no puede ir más allá de la respuesta otorgada por sus compatriotas atenienses, quienes lo condenaron unánimemente a muerte por corromper a la juventud helena.

Pero entre la muerte de Sócrates y los modernos exégetas de su vida y obra, un muy nutrido grupo de neoplatonistas se preocuparon también por su cautivadora personalidad y sus enseñanzas filosóficas y paidéuticas. Este vacío hermenéutico viene a llenarlo la obra que aquí reseñamos, The Neoplatonic Socrates, una importantísima contribución a las más recientes publicaciones sobre neoplatonismo y estudios socráticos de la mano de uno de los mayores expertos en el tema, Harold Tarrant, de la Universidad de Newcastle (Australia) y autor del imprescindible Plato’s First Interpreters (Cornell University Press , Nueva York, 2000).

Dividido en diez secciones temáticas que cubren con creces seis siglos de neoplatonismo, cada una de ellas a cargo de un especialista en la materia, esta obra se abre con una interesante discusión sobre el “amor socrático” en Luciano y Hermias de Alejandría a cargo de Geert Roskam, especialista en ética plutarquiana de la Universidad de Cornell. Luciano, ávido crítico de todo insigne filósofo, resalta los vicios erótico-sexuales de Sócrates, mientras Hermias, más puritano, ofrece una imagen asexuada del maestro de Platón lejos de los peligros que, según los atenienses, representaría para la juventud.

El segundo capítulo, “Plutarch and Apuleius on Socrates’ Daimonion”, escrito por John F. Finamore, especialista en la metafísica neoplatónica de Jámblico de la Universidad de Iowa, nos deleita en esta ocasión con un estudio sobre misticismo socrático, tal y como habría sido entendido por Plutarco y Apuleyo. Estos autores afirmaron que la capacidad de Sócrates para escuchar las voces de su daimon tenía su origen en el particular modo de vida socrático, puro y divino, que lo convertía en un sabio. A partir de aquí, Crystal Addey, especialista británica en teúrgia y adivinación neoplatónica, examina las diferentes interpretaciones que de este daimon hicieron los neoplatónicos y el papel del mismo en la consumación del ideal teúrgico de la henosis.

A continuación, y siguiendo con la psicología de Sócrates, Christina-Panagiota Manolea describe cómo Sócrates fue concebido por los neoplatónicos, desde Siriano, maestro de Proclo, hasta Olimpiodoro y, especialmente, en Hermias, como un héroe que descendió al mundo de los mortales para beneficiar a la raza humana –compárese esto, por ejemplo, con la teúrgia neoplatónica de Juliano el Apóstata– a través de la comunión con la divinidad y la purificación de aquellos que lo necesitan.

El mesianismo socrático da paso al organicismo dialógico estudiado por Danielle Layne en el capítulo quinto, “The Character of Socrates and the Good of Dialogue Form: Neoplatonic Hermeneutics”, en donde la autora y editora de esta obra analiza cómo comprendieron los neoplatónicos los diálogos socráticos de Platón y en qué medida la voz del autor quedaba reflejada en ellos a través de la suma de personajes que integran la composición platónica.

Así mismo, en el capítulo sexto, titulado “Hypostasizing Socrates”, Michael Griffin nos ofrece una lectura holística de las diferentes voces de Sócrates en los diálogos platónicos que habría sido entendida por algunos filósofos neoplatónicos como una idea más –la más importante– utilizada por Platón como símbolo paidéutico o mímesis que conduce al lector a la comunión con el dios inmaterial.

El erotismo socrático reaparece de nuevo de la pluma de James M. Ambury que, a través de un estudio del comentario de Proclo al Alcibíades I, afirma que Sócrates sería –según Proclo– un erastes divino que observa filosóficamente a su joven erómenos Alcibíades, quien a su vez no es ensalzado por el maestro de Platón debido a su excelente belleza externa, sino por la idea más transcendental e inaccesible que esa misma belleza representa en el mundo en el que erastes y erómenos se encuentran.

El Alcibíades I es examinado de nuevo por François Renaud a través del comentario al mismo que realizó Olimpiodoro, en el cual el filósofo neoplatónico nos muestra que el elenchos o método socrático es antes una purga o catarsis psicológica que no un instrumento para alcanzar la verdad.

El capítulo noveno se ocupa de Simplicio y de su comentario al Encheiridion de Epícteto. En este interesantísimo estudio, Marilynn Lawrence, especialista en astrología helena, analiza la presencia de los conceptos griegos akrasia (“falta de control”) y enkrateia (“autocontrol”) en la tradición platónica y cómo Epícteto, en su comentario, resuelve el importante problema que representa la idea socrática de que conocer el bien es hacer el bien.

Finalmente, la obra se cierra con “The Many-Voiced Socrates: Neoplatonist Sensitivity to Socrates' Change of Register” a cargo del editor Harold Tarrant y una excelente conclusión en donde se resumen las diferentes personalidades de Sócrates en el neoplatonismo y se reconoce la necesidad de ampliar estas investigaciones para ofrecer una imagen todavía más completa de Sócrates en la Antigüedad.

De esta magnífica obra, el lector especializado agradecerá, además, sin duda el valiosísimo apéndice dedicado a la recepción de Sócrates en la Antigüedad Tardía, que incluye autores, textos y referencias, así como el aparato de notas y una muy actual bibliografía.

César Guarde